Page 140 - La iglesia
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El sacerdote salió al exterior en busca de cobertura. Jiménez no paraba de
dar ánimos a su hijo mientras Mohamed buscaba un enchufe en la pared.
—Tranquilo, pronto te sacaremos de aquí. ¿Te duele mucho?
—El tobillo me duele horrores —dijo Rafi, mordiéndose los labios—.
Creo que está roto.
—¡La puta madre de la escalera! —exclamó el contratista—. ¡Hace un
rato comprobé los peldaños y habrían aguantado a King África bailando
encima, joder!
«Porque el escalón no se ha roto por accidente», pensó Félix. Un sonido
eléctrico chirriante reveló que Mohamed había encontrado un enchufe para la
radial. La apagó y se la acercó a Jiménez, que había bajado unos peldaños y
elegía la mejor posición para cortar la madera que apresaba la pierna de su
hijo.
—Mohamed, ponte debajo de la escalera y agarra el trozo de escalón que
toca la pared —le instruyó Jiménez, que a continuación se dirigió a Abdel—.
Tú sujeta fuerte el otro trozo. Tratad de que no se muevan o se le clavarán
más en la pierna. Tened cuidado con las manos —advirtió.
El motor de la Hilti se puso en movimiento y los dientes curvos de su
cuchilla redonda giraron hasta hacerse invisibles. Félix aguantaba la
respiración, compungido, tentado de gritarle a Jiménez que se detuviera, que
ni lo intentara. Si el mal que infestaba la iglesia era capaz de romper un
escalón para hacer daño, ¿qué le impedía provocar un accidente mortal con la
sierra?
Rafi apretó los ojos y los labios en cuanto la sierra entró en contacto con
la madera. Un surtidor de serrín salió despedido hacia arriba, desencadenando
una nevada de color marrón claro. Nadie llevaba protección ocular, no había
habido tiempo de tomar las medidas adecuadas. Jiménez trataba de imprimir
la fuerza justa a la radial para no hacer daño a su hijo. Hamido, Mohamed y
Abdel, los tres apiñados bajo la vieja estructura, encogían la cabeza y trataban
de mantener inmóviles tanto la pierna del joven como los trozos del peldaño
roto. Las manos y los brazos de Hamido, que era quién sujetaba la extremidad
herida, se habían teñido de sangre. La hoja dentada avanzó por el escalón
hasta que este quedó separado del armazón que lo unía a la pared.
—¡Ya está! —exclamó Jiménez, apagando la sierra—. Con mucho
cuidado ahora…
Fue el propio Rafi quién extrajo los trozos de peldaño de su pierna. A
pesar de toda la sangre, las heridas no eran tan profundas como al principio
hubieran podido parecer. Félix exhaló un suspiro de alivio, entrecruzó los
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