Page 141 - La iglesia
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dedos bajo del mentón y dio gracias a Dios por permitir que el rescate hubiera

               sido un éxito. Ayudado por Hamido y Abdel, Rafi quedó libre de la trampa en
               que se había convertido la escalera. Miguel arrastró un banco y lo acercó para
               que su hermano se sentara. El padre Ernesto regresó del exterior. Al ver la
               expresión algo más relajada de los obreros, adivinó que todo había ido bien.
                                                               ⁠
                    —La ambulancia viene de camino —informó⁠—. ¿Cómo está?
                    —Mejor de lo que creía —respondió Jiménez.
                    El  contratista  cortó  la  pernera  del  mono  de  Rafi  con  su  cúter.  Tenía
               heridas  y  arañazos  desde  el  tobillo  hasta  el  muslo,  pero  ninguna  de  ellas

               parecía revestir gravedad. Sin embargo, el accidentado gritó de dolor cuando
               Miguel cogió su pierna para extenderla en el banco.
                                                                                                      ⁠
                    —Creo que me he roto el tobillo —⁠presumió, con una mueca crispada—.
               No creo que pueda apoyarlo.

                    Ernesto se acercó a ver las heridas. En efecto, la fiesta de hemoglobina era
               más llamativa que los daños reales. Ya lo decía su madre: «la sangre es muy
               escandalosa». Jiménez, más exhausto por el disgusto y la tensión que por el
               esfuerzo realizado, se sentó junto a Rafi.

                    —Y  yo  que  pensaba  que  los  autónomos  éramos  invulnerables
                  ⁠
                           ⁠
               —bromeó—.  Si  ese  tobillo  está  roto  te  pegarás  un  par  de  meses  de
               vacaciones. ¡Te vas a hartar de ver series!
                                                                  ⁠
                    —Espero no tener que operarme… —gimió Rafi, expresando su mayor
               temor en voz alta.
                    —No me seas vidente, como tu madre. Ya te lo dirá el médico, ¿vale?
                    La ambulancia llegó quince minutos después con las luces encendidas y la
               sirena  puesta,  prueba  fehaciente  de  que  el  padre  Ernesto  había  sabido

               transmitir con eficacia la urgencia de la situación. Tras examinar la pierna, el
               médico  corroboró  las  impresiones  de  Jiménez  acerca  de  la  levedad  de  las
               heridas, aunque vaticinó puntos de sutura para algunas de ellas. El tobillo era
               otro  cantar:  tenía  toda  la  pinta  de  estar  roto  y,  si  bien  no  era  una  fractura

               abierta,  había  que  descartar  el  desplazamiento  del  hueso  por  el  golpe.  Las
               radiografías  y  el  veredicto  del  traumatólogo  desvelarían  esa  incógnita.  Los
               sanitarios  inmovilizaron  el  tobillo  de  Rafi  con  una  bota  ortopédica  y  le
               sacaron de la iglesia en camilla. El médico permitió que Fernando Jiménez

               acompañara a su hijo en la ambulancia y Ernesto insistió en ir al hospital con
               Miguel  en  la  Piaggio.  Un  par  de  minutos  después,  ambos  vehículos
               desaparecían calle abajo, llevándose con ellos la tensión del momento.
                    Félix se quedó a solas en la iglesia con Mohamed, Hamido y Abdel, que

               regresaron al trabajo despotricando entre ellos en árabe. Aunque no entendía




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