Page 143 - La iglesia
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interrumpieron su trabajo y bajaron de la estructura. Hamido se adelantó para

               darle novedades.
                    —Rafi en hospital —informó, sin andarse con rodeos⁠—. La escalera se
               parte y él mete pie dentro. Mucha sangre, mucho susto, pero él bien, gracias a
               Dios.

                    —Joder —soltó Juan Antonio—. ¿Y los demás, donde están?
                    —Todos bien —respondió Mohamed, que hablaba español bastante mejor
               que  sus  compañeros⁠—.  El  cura  que  no  viste  de  cura  ha  ido  con  el  jefe  y
               Miguel al hospital; el otro, el joven, estaba rezando por aquí hace un rato.

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               Estará con Abdel, detrás —presumió.
                    Juan  Antonio  echó  un  vistazo  a  la  escalera  antes  de  ir  a  buscar  al
               sacerdote. Abdel había limpiado el suelo de sangre y serrín una hora antes,
               por lo que el aparejador solo apreció la falta del peldaño, ajeno al drama que

               había  rodeado  al  accidente.  Examinó  las  paredes  que  Mohamed  y  Hamido
               rascaban. Las extrañas manchas oscuras caían con la pintura vieja, señal de
               que los muros no estaban afectados. Caminó por la nave central, rumbo a la
               sacristía. La cripta, cerrada por la solería de San Jorge y el dragón, le pareció

               una bestia dormida. La rodeó para evitar pisarla; le daba mal rollo. Cuando
               estaba  a  punto  de  subir  la  escalinata  del  presbiterio,  Félix  le  sorprendió
               surgiendo de detrás de la cortina de terciopelo rojo. Juan Antonio le saludó
               con un resoplido:

                    —Ya me han contado la movida, Félix…
                                                                         ⁠
                    —Por suerte, todo ha quedado en un susto. —El sacerdote colocó su mano
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               en  el  hombro  del  aparejador—.  ¿Me  acompañas  fuera?  Abdel  está  dando
               emplaste y el olor es mareante.

                    —De acuerdo. Luego entraré a echar un vistazo.
                    Al pasar por la solería de San Jorge, Félix apreció que Juan Antonio la
               evitaba. El cura, sin embargo, se plantó encima de las baldosas policromadas.
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                    —Sabes  que  esto  está  hecho  para  pisarse,  ¿verdad?  —le  preguntó  al
               aparejador.
                    —Sí, pero no me gusta un pelo lo que hay ahí abajo, y hasta me da cosa
                                                                             ⁠
               pasar por encima. Es una tontería —⁠rio, avergonzado—, lo sé.
                    Félix  le  dedicó  una  mirada  comprensiva  y  ambos  caminaron  hacia  la

               puerta de la iglesia. Los pintores, inmersos en su trabajo, ni siquiera repararon
               en  ellos.  El  cielo  seguía  encapotado,  y  la  soledad  de  los  alrededores  de  la
               Iglesia de San Jorge componían un escenario lánguido y aciago.
                    —Has  tenido  suerte  de  no  estar  aquí  cuando  se  rompió  el  escalón
                  ⁠
               —comentó Félix, mirando las nubes⁠—. Menudo mal rato.




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