Page 144 - La iglesia
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—Pues tenía planeado venir a primera hora, pero fui con mi mujer a llevar

               a mi hija al médico.
                    La  mirada  de  Félix  abandonó  las  nubes  para  posarse  en  Juan  Antonio
               Rodero.
                    —¿Qué le pasa? —se interesó.

                    —Marisol  se  ha  comportado  de  forma  extraña  estos  últimos  días.  Se
               despierta agitada, y a veces no hay manera de volverla a acostar. Anoche la
               cosa parecía ir bien, pero alrededor de las seis de la madrugada se puso en pie
               de guerra y nos despertó a todos. Le han hecho una analítica, todo normal.

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               Mañana le harán un TAC —hizo una pausa—. La pediatra dice que lo más
               probable  es  que  sea  algo  que  llaman  terror  nocturno,  pero  quiere  descartar
               cualquier otra cosa. Marta, mi mujer, lo está llevando muy mal.
                    A  pesar  de  no  haber  movido  ni  un  músculo  de  la  cara  mientras  Juan

               Antonio hablaba, el corazón de Félix latía a más velocidad de la habitual. En
               su interior, el caldero de las sospechas había alcanzado el punto de ebullición.
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                    —Espero que no sea nada grave —se limitó a decir.
                    Esta vez, fueron los ojos de Juan Antonio los que se posaron en el padre

               Félix.
                    —Creo que la talla que hay ahí abajo ha podido tener algo que ver con
               todo esto.
                    El sacerdote respondió con cautela.

                    —Es posible que le impresionara, es normal.
                    —Habla  con  frecuencia  de  Jesusito,  como  ella  le  llama.  Incluso  lo  ha
               dibujado varias veces… Parece obsesionada con él.
                    Félix  tragó  saliva.  Como  sacerdote,  conocía  la  capacidad  de  los  entes

               oscuros para influir en el alma de los inocentes. Estuvo tentado de proponerle
               al aparejador ir a ver a su hija, pero su razón le dictó prudencia.
                    —¿Me permites una pregunta, Juan Antonio?
                    —Claro, padre, dispara.

                    —¿Eres creyente?
                    El arquitecto técnico se tomó unos segundos para meditar su respuesta.
                    —Mi  mujer  dice  que  soy  ateo,  aunque  yo  no  creo  que  llegue  a  tanto.
               Cierto  es  que  no  voy  a  misa,  ni  me  interesan  los  temas  cristianos…  Pero

               también es verdad que me santiguo al pasar por el Puente del Cristo o por la
               Virgen de la Iglesia de los Remedios.
                    —Entonces crees que puede haber algo.
                    —No lo niego, aunque tampoco estoy seguro.

                    —Eso es agnosticismo —diagnosticó el cura con una sonrisa.




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