Page 139 - La iglesia
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—Me  da  igual  —respondió  el  sacerdote;  la  otra  mesa  era  una  versión

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               idéntica pero más pequeña de la que acababan de colocar—. Donde a ti no te
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               estorbe —añadió, educado.
                                                                                      ⁠
                    —La ponemos a este lado, Abdel, formando una ele —propuso Ernesto,
               para dirigirse a continuación a su compañero⁠—. ¿Te parece bien?

                    —Sí. Deja que os eche una mano…
                    Justo en ese momento, un alarido desgarrador resonó por toda la iglesia.
               Sin cruzar palabra, Ernesto, Félix y Abdel atravesaron la cortina roja con el
               corazón  acelerado,  casi  atropellándose  entre  ellos.  A  su  derecha,  Miguel,

               Hamido  y  Mohamed  corrían  hacia  los  gritos  con  las  espátulas  de  rascar
               pintura aún en la mano.
                                                                                  ⁠
                    —¡Con cuidado, Miguel! —gritaba Fernando Jiménez—. ¡Hagámoslo con
               tranquilidad!

                    Ernesto, Félix y Abdel fueron los últimos en llegar al escenario del drama.
               Encontraron  al  contratista  tratando  de  calmar  a  Rafi,  cuya  pierna  derecha
               había atravesado de mala manera uno de los peldaños de la escalera del coro y
               había quedado encajada hasta la mitad del muslo. Varias astillas de madera

               habían atravesado la tela del mono, clavándose en la carne como los colmillos
               de una bestia. Abajo, en el suelo, gotas de sangre formaban poco a poco un
               charco rojo. Un llanto jadeante había sustituido sus aullidos iniciales. Sentado
               en el peldaño superior y agarrado a la barandilla como si estuviera a punto de

               precipitarse al abismo estigio, Rafi apretaba los dientes en un vano intento de
               controlar el dolor.
                    —¡Hamido,  ven  aquí  y  sujétale  la  pierna  por  debajo  de  la  escalera!
                  ⁠
               —ordenó Jiménez, que hasta ese momento se la había estado agarrando para
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               que no se hundiera más y empeoraran las heridas⁠—. ¡Que no la mueva! —a
               continuación se dirigió a Mohamed⁠—. ¡Trae la radial de la Vespa, rápido!
                    Miguel  se  echó  las  manos  a  la  cabeza  al  ver  la  pierna  de  su  hermano
               atravesada por las astillas. Su padre escaló con sumo cuidado los peldaños

               que le separaban de Rafi y se colocó a su lado, alentándole con palabras de
               ánimo. Mohamed no tardó ni un minuto en aparecer con una sierra Hilti y un
               prolongador.  Venía  mojado,  afuera  seguía  lloviendo.  Lo  siguiente  era
               encontrar una toma de corriente donde conectarla. Félix se mantenía apartado

               de la escena, con su mente transitando por senderos más tenebrosos. Ernesto
               se dirigió a Fernando Jiménez, teléfono en mano:
                    —¿Quiere que llame a los bomberos?
                    —No hace falta, voy a cortar el escalón con la radial. Llame mejor a una

               ambulancia, al 061.




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