Page 194 - La iglesia
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ritual que se describe en este documento. —Le tendió el dispositivo al viejo
sacerdote—. ¿Sabe manejar un chisme de estos, padre?
—Más o menos. El padre Javier tiene uno de esos con una manzanita
mordida en la parte de atrás. A veces me lo presta para leer la prensa.
—Este se maneja igual —le indicó Juan Antonio—. Lo que está a punto
de leer son las transcripciones de unos documentos que ayer fotocopió el
padre Félix en el Archivo de Ceuta.
El padre Agustín se puso las gafas y leyó con atención el parte de guerra
del capitán Sigfrido Yáñez en el que se mencionaba la maldición del sahir Alí
Ben Abdalláh contra el jorgiano René Delacourt, su presunta posesión
diabólica y los intentos fallidos de exorcismo en la cripta de la Iglesia de San
Jorge. El rostro del sacerdote adoptó una expresión más severa al leer la carta
de fray Rafael Flaubert donde se describía la cruenta evisceración para salvar
el alma del atormentado. Al llegar a la descripción del círculo protector, miró
a Juan Antonio por encima de las gafas.
—Según esto, Artemio rompió el sello que contenía a la bestia.
—Eso entiendo yo también —corroboró Juan Antonio.
—Déjeme que le muestre algo. —El padre Agustín se levantó de la butaca
y se desplazó con pasos cortos y torpes hasta el escritorio. Por primera vez,
Juan Antonio fue consciente de la avanzada edad del jorgiano. El sacerdote
rebuscó en uno de los compartimentos más pequeños de la mesa y sacó un
llavín que introdujo en uno de los cajones laterales, del que extrajo una
carpeta azul de cartón, de las de toda la vida. Regresó a su asiento y la abrió.
Contenía una especie de cuadernillo de aspecto muy antiguo—. Esto se lo
quité al padre Artemio. Se lo había llevado del Archivo de Ceuta…
—¡Así que es verdad! —le interrumpió Juan Antonio—. Félix me
comentó ayer que en el Archivo estaban convencidos de que el padre Artemio
robó un documento relacionado con Ignacio de Guzmán poco antes de morir.
El padre Agustín le miró por encima de sus gafas con una expresión
indulgente, como si la mala acción del difunto sacerdote no hubiera sido más
que una travesura sin importancia.
—Ese día, yo me encontraba en el piso de arriba de la sacristía. Oí a
Artemio entrar en la planta inferior a toda prisa, y me asomé con disimulo.
Llevaba esta misma carpeta de cartón en la mano. La guardó en el cajón de la
mesa, debajo de un montón de papeles, y salió a toda prisa. Ni siquiera la
abrió —una pausa—. Sé que no hice bien, pero en cuanto se marchó registré
el cajón y abrí la carpeta. —El padre Agustín levantó el viejo cuaderno de
cuero—. Cuando me encontré con esto, me lo llevé y lo escondí donde no
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