Page 200 - La iglesia
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El sonido del móvil casi le provocó un infarto. Apenas repuesto del susto,

               Juan Antonio abrió la funda abatible que protegía la pantalla del smartphone.
               Leire Beldas. El recuerdo vívido de su sueño erótico le impidió imaginar el
               motivo de su llamada, así que la mala noticia le pilló de improviso.
                    —Juan  Antonio.  —Por  el  tono  de  su  voz,  era  evidente  que  a  Leire  le

               estaba costando horrores no romper a llorar. Tal vez había llorado tanto ya
                                                                   ⁠
               que el depósito de lágrimas estaba en reserva—. Maite ha muerto.
                    Así,  sin  anestesia  ni  vaselina.  Forre  con  papel  de  lija  el  consolador,
               agárrelo con fuerza e introdúzcalo por el ano con decisión. Juan Antonio tardó

               unos segundos en reaccionar.
                    —¿Cómo ha sido? —preguntó, al fin.
                    —Los  médicos  dicen  que  de  un  infarto,  mientras  dormía.  Me  han
               asegurado que no sufrió, pero su cara no era la de alguien que ha muerto en

               paz.
                    —Joder, Leire. Cuánto lo siento… ¿Cuándo la entierran?
                    —Aún  tienen  que  hacer  la  autopsia.  Si  todo  va  como  tiene  que  ir,  el
               entierro  será  el  domingo.  Los  padres  están  deshechos,  no  te  puedes

               imaginar…
                                                      ⁠
                    —Lo entiendo. Allí estaré —prometió, aunque estuvo a punto de añadir:
               «si sigo vivo».
                    —Juan Antonio, ha pasado otra cosa que me ha dejado desconcertada…

                    —Dime.
                    —¿Te acuerdas del inspector Hidalgo, el policía que me interrogó el día
               que Maite saltó por la ventana?
                    —Sí, claro. Volví a verle dos o tres veces desde entonces.

                    —Pues se ha presentado en el hospital poco después de morir Maite y ha
               insistido en entrar en la habitación. Fíjate si se puso pesado que sus padres y
               los médicos se lo permitieron… ¿Sabes qué hizo? Le cogió la mano y cerró
               los ojos, como si rezara. Parecía estar en trance, todo muy raro. A mí me dio

               miedo.
                    —No lo entiendo. ¿Y para qué ha hecho eso?
                    —Ni idea, pero hay algo más: cuando se marchaba, le oí preguntarle a un
               médico por tu hija.

                    —¿¿¿Por mi hija???
                    —Sí.
                    —Perdona, Leire. Luego te llamo.
                    Juan Antonio colgó y llamó a su esposa. El tiempo pareció estirarse lo

               indecible hasta que ella aceptó la llamada. Un tiempo demasiado largo, humo




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