Page 218 - La iglesia
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—Pues te he llamado varias veces esta tarde. ¿Dónde estás?

                    —En la iglesia.
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                    —Félix, voy a darte la oportunidad de intentarlo a tu manera —comenzó a
                                      ⁠
               decir Juan Antonio—, pero quiero que sepas que, si no funciona, iré a saco
               con mi plan, quieras o no…

                    La respuesta del cura le sorprendió.
                    —Lo he pensado mejor y me parece justo: es la vida de tu hija lo que está
               en juego.
                    —Joder, gracias, no sabes lo…

                    Félix le interrumpió:
                    —Pero  antes,  quiero  que  hagas  una  cosa  por  mí.  Busca  a  Ernesto.  Le
               necesito aquí.
                    —¿Estás loco? ¡Nos va a poner mil pegas! Eso si no nos da una mano de

               hostias antes del primer hisopazo…
                                                                ⁠
                    —Sin  él  no  podré  hacerlo  —insistió—.  Cuéntale  lo  que  me  propongo.
               Que no te importe lo que diga, déjalo de mi cuenta.
                    El  aparejador  masculló  una  maldición.  Tener  al  párroco  enfrente  y

               encabronado  era  lo  último  que  deseaba.  No  pudo  evitar  imaginárselo
               emulando a Jesús con los mercaderes del templo.
                    —No me parece buena idea —gruñó Juan Antonio.
                    —Confía en mí.

                    Félix sonó tan seguro de sí mismo que Juan Antonio cedió.
                    —Ok, le llamaré por teléfono.
                    —Mejor en persona. Marina Española, 24, 5.º J. Explícale que yo voy a
               empezar ya.

                    Y Félix colgó, sin darle oportunidad a réplica.
                    —¡Joder,  qué  marrón!  —exclamó  Juan  Antonio,  guardándose  el
               smartphone en el bolsillo.
                    Si  antes  estaba  nervioso,  ahora  patinaba  por  el  borde  del  ataque  de

               ansiedad. Inspirar, expirar, inspirar, expirar. La conversación le había dejado
               mal  cuerpo.  La  voz  del  padre  Félix  había  sonado  distinta.  Su  tono,  si  bien
               amable, había sido imperativo. O más que imperativo, embaucador.
                    Juan  Antonio  Rodero  no  quiso  pensar  que  el  padre  Félix  no  parecía  el

               padre Félix.













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