Page 232 - La iglesia
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puede ver, ¿entiende?
Saíd le miró por primera vez a los ojos. No parecía impresionado.
—Pues hoy no hace falta tener ese don para ver. Esta noche, la cortina se
ha roto.
Hidalgo entendió a la primera lo que el anciano quería decir. Enseguida se
dio cuenta de que estaba ante alguien muy especial, un hombre curtido por
toda una vida y difícil de asustar. Alguien capaz de reconocer una fuerza
oscura y hostil y no salir corriendo con el rabo entre las piernas.
—¿Va a entrar? —le preguntó Saíd.
—A eso he venido.
—Ahí no va a servirle la pistola, ¿sabe?
—Lo sé, ni siquiera la llevo encima. Escúcheme, quédese en casa con su
familia. Si en quince minutos no he vuelto, llame al 091, ¿de acuerdo?
—Mi mujer y mi hijo están en Marruecos —le informó Saíd—. Es como
si Dios supiera lo que iba a pasar esta noche y hubiera cuidado de ellos. —El
anciano colocó su mano huesuda en el hombro de Hidalgo—. Deje que le
acompañe. Llevo un rato aquí, sin atreverme a entrar solo, pero con usted me
siento capaz de hacerlo.
—No creo que sea buena idea, Saíd. Sabe Dios lo que nos encontraremos
ahí dentro…
Los dedos del viejo se cerraron con más fuerza, y sus ojos refulgieron con
un brillo de súplica.
—Por favor.
Hidalgo estuvo tentado de obligarle a entrar en casa, pero algo le dijo que
la discusión con Saíd podría alargarse hasta la eternidad, así que aceptó a
regañadientes. Curiosamente, la compañía del viejo musulmán le daba fuerza.
Cruzaron la calle, atravesaron el jardín y se detuvieron frente a la entrada
de la iglesia. Hidalgo se agachó a recoger algo que había en el suelo. Para
sorpresa de ambos, se trataba de un libro delgado que parecía muy antiguo.
En cuanto el policía lo abrió, sintió como si una descarga eléctrica recorriera
todo su cuerpo. Lo cerró de golpe. Saíd tuvo que agarrarle del brazo para que
no cayera al suelo.
—¿Está bien?
—Sí, sí, ha sido solo un… —no terminó de decirlo—. ¿Había visto antes
este libro?
Saíd negó con la cabeza y miró el grimorio con recelo, pero sin temor. La
edad es un buen antídoto contra el miedo. Hidalgo encendió la linterna del
móvil y lo hojeó. Pasó las páginas hasta llegar a la de la ilustración de la
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