Page 122 - Las ciudades de los muertos
P. 122
jugaban a hacer animales con arcilla del camino: asnos, pájaros, bueyes, y cosas así.
Luego, Cristo sopló sobre los que había hecho y les dio vida. Caminaban, comían,
bebían y obedecían sus órdenes. Los pájaros echaban a volar, pero volvían cuando él
los llamaba.
—¿Cree usted eso? —intenté que mi tono de voz sonara neutro.
—Está en el evangelio.
—El evangelio apócrifo —no pude evitar corregirlo, pero él me contradijo.
—Un buen número de padres de la Iglesia lo consideran verdadero, como por
ejemplo Eusebio, san Juan Crisóstomo y muchos más.
—Así que usted cree que el pájaro de arcilla está en la mezquita…
—Sí, en una de ellas. Khalid me la describió con todo lujo de detalles. Es un
gorrión, el evangelio menciona específicamente a un gorrión, y me dijo que lo
profanaban y lo mutilaban durante sus servicios.
—Le tendió una trampa.
Parecía abatido.
—Sí, ya me di cuenta. Y una buena trampa, además.
—Ya habrá comprobado que la actitud de los musulmanes respecto a las demás
religiones no se basa precisamente en la tolerancia.
—Para la única religión verdadera… —le volvía otra vez la vena fanática, así que
lo interrumpí.
—… que ellos creen poseer. Incluso si se creyó la historia de Khalid, ¿por qué
tenía que entrar gritando en la mezquita cuando estaba todo el mundo orando?
Rheinholdt volvió a sonreírme. Creo que incluso le divertía mi propia audacia.
—Creo que existe una posibilidad de que verdaderamente tengan esas reliquias y,
si las hubiera conseguido, estas heridas habrían valido la pena.
—¿Acaso la Iglesia quiere más mártires? —exclamé, irónico. Khalid había
tendido su pequeña trampa con perversidad. Debía conocer la vena fanática de
Rheinholdt y se divirtió jugando con ella hasta que estalló el fuego—. Y, por otro
lado, ¿no se le ocurrió pensar por qué Khalid no habría ido en busca de esas reliquias
él mismo?
—Dijo que les tenía miedo a los musulmanes, que podían herirlo, a él y a su
iglesia, y que no valía la pena correr el riesgo. Sin embargo, sus motivos no tienen
importancia, herr Carter. Tengo pruebas que demuestran que éste fue el lugar en que
Cristo pasó su infancia.
Intenté mantener un tono de voz suave, ya que no quería que se excitara.
—Tiene usted pruebas.
—Sí.
—¿Puedo preguntar cuáles?
Estaba seguro de que iba a contarme de nuevo la historia de los sicomoros, o de
www.lectulandia.com - Página 122