Page 128 - Las ciudades de los muertos
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—Y ésta era su pirámide. La de secretos que debía contener en su interior…
No quería que se precipitara.
—Por ahora lo único que podemos decir con certeza es que hemos encontrado los
restos de una estatua y una pequeña esfinge, ambas con su serekh, pero eso no
significa que la pirámide fuera suya, Henry. Ahora, si pudiésemos encontrar aunque
sólo fuera un ladrillo de la pirámide con el mismo serekh… —di una vuelta a una
piedra con el pie—. O, mejor aún, alguna piedra del coronamiento con las
inscripciones apropiadas. Se supone que la construcción de las pirámides no empezó
hasta la III dinastía.
De pronto, se volvió hacia mí.
—La religión egipcia es parecida a la magia egipcia, ¿verdad?
—Supongo que sí. Están profundamente relacionadas, pero Henry…
—Entonces tenemos que continuar buscando —echó a correr hacia el lugar en
que debía de estar la pirámide y empezó a darle la vuelta a todas las piedras que
encontraba, con gran entusiasmo.
—¡Henry! Ahora que sabemos lo que andamos buscando, hemos de ser más
sistemáticos —dije, pero no me hizo el menor caso y continuó jugando con las
piedras—. ¡Henry!
Al final, conseguí que se calmara. Aquello no me gustaba nada. Estaba
empezando a actuar de una forma fanática otra vez, tal como había hecho aquella
horrorosa noche en el Valle de las Reinas. Nunca sé cómo va a reaccionar mi cliente.
Al anochecer, Henry recogió madera del bosque y preparó un enorme fuego
frente a la capilla.
—Los fuegos grandes son más divertidos.
Soplaba una ligera brisa, muy fría, y la luz blanca de la luna parecía acentuarlo
todavía más. La brisa nos trajo la llamada del almuecín de Benhà a la plegaria del
crepúsculo.
Me puse un jersey y me aproximé al fuego todo lo que pude.
—Deberíamos acercarnos a la ciudad. Maspero me habrá enviado algún mensaje.
—¿Instrucciones?
—Más o menos. Estoy convencido de que querrá actuar con rapidez, antes de que
puedan dañar todavía más el lugar.
Cogimos linternas y nos encaminamos a la ciudad. La luna y las lámparas nos
alumbraban bien el camino y avanzábamos bastante deprisa. El aire nocturno estaba
en completa calma, cosa que podía augurar lluvia para el día siguiente.
Sin embargo, al llegar a la estación nos dijeron que no había mensaje alguno para
mí. Hice que revisaran el correo dos y tres veces, pero en vano.
Henry parecía sorprendido de verme tan decepcionado.
—¿De verdad creías que una oficina del gobierno actuaría con rapidez?
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