Page 133 - Las ciudades de los muertos
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Salí del saco y me incorporé, tambaleante. El umbral de la capilla estaba
iluminado por la débil luz de la hoguera y distinguí la silueta de Birgit.
—¡Señor Carter! Hank ha visto algo.
El fuego también se había consumido casi, y las llamas eran ahora muy pequeñas.
Detrás de ellas estaba Henry, a cuatro patas, escarbando enloquecido en una pila de
ladrillos y escombros. Revolvía las piedras y las echaba a un lado con tal ímpetu que
parecía que alcanzar el final de aquel montón de cascotes fuera su único objetivo en
la vida. Me observó por encima del hombro.
—¡Howard! ¡Date prisa! ¡No podemos dejar que se escape!
Me arrodillé a su lado.
—¿El qué, Henry? ¿Qué no podemos dejar que se escape?
—¡Uno de los animales! Lo vi, vi cómo se metía entre estas piedras —observaba
enloquecido el suelo y con los ojos inmensamente abiertos—. ¡Se escabulló por un
hendidura!
—Henry, detente un momento. ¡Basta! —intenté calmarlo por todos los medios
—. Y ahora cuéntame exactamente lo que viste.
Respiraba entrecortadamente, pero trató de recobrar el aliento antes de proseguir.
—Estábamos sentados junto al fuego y vi cómo se paseaba por el otro lado, como
si quisiera calentarse el cuerpo. Parecía…, parecía el animal Set, el que está grabado
en los restos de la estatua. Se quedó mirando el recinto vacío de la pirámide con
aspecto apenado y luego bajó la vista. No medía más de diez centímetros de altura.
—Henry —intenté que mi tono de voz no sonara reprobador, mientras desviaba la
vista hacia Birgit—. ¿Lo viste tú también?
Pero fue Henry quien respondió por ella.
—No, al oír el grito que solté, el animal se escabulló y Birgit no pudo verlo.
—Ya entiendo. Bueno, cálmate. Apartaremos todas las piedras y veremos lo que
descubrimos.
—No me crees, ¿verdad? —parecía apesadumbrado y observó a Birgit. En sus
ojos podía leerse un «ya te lo dije».
—Sólo quiero comprobarlo con mis propios ojos.
Henry empezó a levantar con sumo cuidado las piedras, una por una, sin dejar que
yo las tocara. Ya sólo quedaba una y, al levantarla…, apareció.
¡Dios mío! Ahí estaba, oculto tras la última de las piedras y observándonos con
ojos aterrorizados, tratando de encontrar alguna forma de huir. El animal Set, vivo,
respirando, moviéndose, hecho de arcilla. Se me quedó mirando directamente a los
ojos y me quedé petrificado.
—¡Jesús!
—¡Tenemos que cogerlo! —Henry alcanzó con la mano un saco de lona vacío—.
¡No dejes que se escape!
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