Page 138 - Las ciudades de los muertos
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—Entonces, iré contigo.
               —No, está bien, Howard, puedo arreglármelas.
               Pero  algo  en  el  rostro  de  la  muchacha  me  indicaba  que  algo  no  iba  bien.  Sin

           embargo,  Birgit  parecía  enorgullecerse  de  su  independencia  y  yo  no  quería
           entrometerme. Nada podía hacer.
               El animal en el saco había permanecido en silencio durante todo este rato, pero en

           ese  desafortunado  momento  empezó  a  gemir.  Rheinholdt  se  quedó  mirando,
           sorprendido. Con toda seguridad, habría reconocido el sonido. Dio un paso hacia allí,
           pero me adelanté y cogí el saco con una mano.

               —Cazamos un conejo para mañana. Será una buena cena.
               Se  me  quedó  mirando  fijamente  durante  largo  rato;  luego,  sin  mirar  a  Birgit,
           exclamó:

               —Debemos irnos, Birgit. Se está haciendo tarde y tengo ganas de librarme de ti.
               Por el norte, las nubes estaban creciendo, y no me gustaba su aspecto.

               —Regresa deprisa. Se está preparando una tormenta.
               Partieron sin intercambiar palabra. Birgit había cogido una de nuestras linternas,
           para no ir a oscuras.
               Llevé al animal a la capilla para que no se mojara cuando empezara la lluvia y,

           por un momento, tuve la tentación de volver a echarle una ojeada, pero no pude. Sería
           únicamente  un  lagarto  o  un  ratón  de  campo.  Ya  lo  miraría  por  la  mañana,  ya  que

           ahora me daba miedo. Este sueño había llegado demasiado lejos.
               El fuego ya casi se ha consumido. Tendría que ir en busca de más leña.





           Lluvia. Gruesas gotas de lluvia y nubes tan grises y espesas que parecían negras. El
           aire era frío, cortante y el suelo de la capilla estaba húmedo.
               Cuando me desperté, Henry ya estaba levantado.

               —Por Dios, mi cabeza. ¿Dónde está el botiquín?
               Me sentía muy amodorrado.
               —Tienes  lo  que  te  mereces.  Maldito  hachís  —me  dolía  la  espalda  por  haberla

           tenido tanto rato apoyada sobre la roca dura. Di media vuelta para intentar dormir un
           rato más.
               —Howard, levántate. ¿Dónde está Birgit?

               —Volverá. Se fue a… —me desperté de golpe y bostecé—. ¿Qué hora es?
               —Pasadas las nueve.
               —Volvió al monasterio con el padre Rheinholdt anoche para recoger sus cosas.

           Después, tenía que regresar aquí.
               —¿Rheinholdt  estuvo  aquí?  Pensé  que  era  sólo  un  sueño.  Howard,  tuve  una
           pesadilla horrorosa.

               —Yo también —lo observé fijamente—. Y yo no había probado esa condenada


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