Page 136 - Las ciudades de los muertos
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Creí oír pasos en el exterior, pero todo estaba en calma.
               Birgit, que había desviado la vista hacia la puerta, volvió a observarme.
               —Los sueños son realidad, Howard, al igual que las pesadillas. Ahí radica toda la

           cuestión.
               Era desesperante.
               —Es todo un malentendido.

               De pronto, la luz de la hoguera dejó de verse y ambos miramos hacia la puerta.
           Enmarcada en un fondo iluminado se distinguía la silueta oscura de un hombre. Birgit
           fue la primera en hablar.

               —Hank, pensábamos que estabas dormido.
               La figura se recostó en el marco de la puerta, apoyando una mano en el dintel.
               —Por el amor de Dios, Hank, di algo.

               La figura bostezó exageradamente.
               —Vuestro señor Larrimer todavía duerme.

               En la oscuridad, vi cómo Birgit se estremecía.
               —Padre Rheinholdt.
               Me puse de pie.
               —Buenas noches, padre. ¿No es demasiado tarde para andar por ahí?

               —Este lugar me encanta y es evidente que no soy el único.
               —Salgamos afuera. Podrá calentarse junto al fuego.

               Permaneció inmóvil, bloqueando la puerta.
               —Me gustaría salir —repetí.
               Se apartó lentamente. Intentaba mostrarse amenazador, pero sólo parecía extraño.
               El  fuego  casi  se  había  consumido,  tendríamos  que  reavivarlo.  Henry  estaba

           enroscado junto a la hoguera, roncando con suavidad. A su lado estaban los restos de
           la escultura que habíamos encontrado. Tendría que recogerlos antes de irme a dormir.

           Rheinholdt dio unos golpecitos suaves a uno de ellos con la punta del pie.
               —Tuvieron una buena caza.
               —Sí, un comienzo prometedor.
               Intentaba hablar en tono ligero y ameno, para no demostrar su preocupación.

               —¿Cree que encontrarán el resto?
               Me encogí de hombros.

               —¿Quién  sabe?  Hay  veces  en  las  que  me  gustaría  haberme  dedicado  a  las
           ciencias exactas.
               —¿Y abandonar la aventura? —Rheinholdt me dedicó una sonrisa mientras cogía

           una rama que había junto a sus pies y la echaba al fuego. De pronto, abandonó el tono
           amistoso—. Me dijo que venían únicamente a hacer fotografías.
               —Pero resulta que lo que vinimos a fotografiar ya no existe, lo cual cambia las

           cosas.




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