Page 137 - Las ciudades de los muertos
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—Sé por qué están aquí, pero no van a conseguir nada. Tengo buenas relaciones.
           Puedo hacer lo que me plazca.
               Tonterías.

               —¿Intenta decirme que tenía permiso para hacer lo que hizo?
               —Me encontré… —hablaba despacio y con mucho cuidado— con su superior,
           monsieur Maspero.

               —Mi ex-superior —lo corregí.
               El fuego crujió y saltaron algunas chispas. Dio un paso hacia atrás.
               —¿Por  qué  los  habitantes  de  los  países  protestantes  piensan  siempre  que  los

           sacerdotes  católicos  somos  unos  locos?  —se  volvió  hacia  Birgit—.  Y  tú,  mi
           secretaria, la muchacha a la que ayudé, ayudándolos a ellos ahora.
               Birgit había permanecido al margen, manteniendo una cierta distancia. Sólo podía

           suponer  que  el  sacerdote  sabía  lo  de  mi  mensaje  a  El  Cairo,  pero  no  sabría  qué
           responder. Pude ver la confusión en sus ojos y lo único que acertó a decir fue:

               —No, yo no haría eso.
               Rheinholdt se echó a reír.
               —Todos  nos  toman  por  locos  —luego,  esbozó  una  sonrisa  benevolente  y
           sacerdotal—. Entonces, ¿deseas mantener tu trabajo?

               Birgit me miró y luego desvió la vista hacia Henry, dormido en el suelo. Al final,
           volvió a mirar a Rheinholdt.

               —No,  el  señor  Larrimer  me  ha  ofrecido  un  empleo  —aunque  era  verdad,  en
           aquellas circunstancias, parecía una vana excusa—. Con un sueldo mayor —añadió
           débilmente.
               La sonrisa del sacerdote se amplió. Sus sospechas se habían confirmado.

               —Por supuesto. Todo es tan inocente… Representas a la perfección tu papel de
           ingenua.

               No podía dejar que la vapuleara de aquel modo.
               —Sería una sacerdotisa perfecta, ¿no cree? Incluso va vestida como si lo fuera.
               Pero el hombre ignoró mis palabras irreverentes. Seguía con la vista fija en Birgit.
               —Puedes volver conmigo y recoger tus cosas. Después, no querré que vuelvas a

           pisar el monasterio.
               —¿Y el resto de mis cosas? Las que mandaste a Wädi Nätrun…

               —Haré  que  te  las  envíen,  «a  la  atención  de  herr  Carter».  En  una  semana  las
           tendrás aquí.
               No me gustaba la idea de que Birgit se marchara de noche con ese hombre.

               —¿Por  qué  no  recoges  tus  cosas  mañana,  Birgit?  Transportarlas  en  plena
           oscuridad…
               —Eso  es  imposible,  herr  Carter  —me  espetó  Rheinholdt—.  Tengo  cosas

           importantes que hacer mañana. O viene a recoger sus cosas ahora o se queda sin ellas.




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