Page 132 - Las ciudades de los muertos
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a Egipto. Pensé que aquí…, si existe algún lugar en el mundo… No sé lo que pensé.
Me siento absurdo.
—No tienes por qué.
Henry, qué lástima. Me sentí culpable por estar escuchando aquellas cosas tan
privadas. Pobre Henry. ¿Qué pensaba encontrar aquí? ¿Cómo podía esperar que…?
La llama de mi linterna parpadeó y, por un instante, las rocas de la pared parecieron
moverse, cosa que me hizo recordar el lugar donde me encontraba. La esperanza es
algo creado por nosotros mismos, no el regalo de ningún dios.
—Hace frío aquí afuera, Birgit. Deja que entre a buscarte un jersey.
—No, estoy bien. El fuego es más que suficiente. ¿Sabe el señor Carter… el
motivo de tu viaje a este país?
—No, aunque supongo que debe de tener sus sospechas, ya que ha visto todos los
aparatos que traje: medidores, detectores… Pero nunca podría decírselo. Tiene una
mente tan práctica que se reiría de mí.
—¿Reírse de la pena y de la soledad?
—Lo conozco, Birgit. No está acostumbrado a tratar con cosas que no sean
prácticas.
Aquello me hirió profundamente.
—Yo también lo conozco, Hank, y he podido observar, aunque sea de refilón, su
parte espiritual. Existe, aunque él la esconda. Podría reírse de tus aparatos, pero
nunca de ti mismo.
«Gracias, Birgit.»
—No lo sé —Henry parecía muy cansado, o tal vez pensaba simplemente que
había hablado demasiado—. Me gustaría creerte y poder estar más cerca de él.
Nunca me había sentido tan solo, tumbado allí en la semioscuridad, escuchando
aquellas incorpóreas voces y encerrado entre la roca antigua de una capilla.
—Está helando, Birgit. ¿Estás segura de que no quieres un jersey?
—El frío nunca me molesta. En realidad, apenas lo noto.
—Yo estoy congelado.
—Acércate, te calentaré las manos.
Me sentía exhausto, como si hubiera estado despierto toda mi vida. Me tumbé de
nuevo y me acurruqué en mi saco de dormir. Quería apartar aquellas voces de mi
mente y dormir… Cerré los ojos.
De pronto, me desperté. Algo me había interrumpido el sueño y escuché voces.
Mi linterna se había apagado. Aunque parecía que había estado dormido un solo
instante, el aceite se había consumido. En la oscuridad, me era muy difícil orientarme
y las voces sonaban cada vez más ansiosas.
—¡Howard! ¡Howard!
—¡Señor Carter! ¡Venga rápido!
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