Page 140 - Las ciudades de los muertos
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—No,  Henry,  Birgit  tiene  suficiente  sentido  común  para  permanecer  en  el
           monasterio.
               —No —se levantó y se apoyó en la pared para no caer—. No creo que hubiese

           hecho eso.
               Poco podía decir ante tal respuesta.
               Henry se acercó a la puerta y se quedó mirando el exterior, como yo había hecho

           unos instantes antes.
               —¡Por Dios, mira! La gente siempre ha creído que la lluvia tiene vida, pero mira.
           No hay nada ahí fuera, nada más que la lluvia. La lluvia de la muerte.

               —Estás deprimido, pero no tienes que echarle la culpa al tiempo. Hay miles de
           cosas moviéndose ahí afuera: ranas, serpientes, arañas… Sólo que no puedes verlas
           —hablaba en tono jocoso, esperando que se sintiera molesto.

               Dio un paso al frente, tapándome la vista. Una mancha gris oscura enmarcada en
           un fondo gris claro.

               —Lo odio. ¿Qué ocurrió ayer noche? Me refiero a Rheinholdt.
               Se lo expliqué, mientras él continuaba observando el exterior. Luego se dio media
           vuelta, como si en realidad fuese la lluvia lo que captaba su atención y no quisiera
           apartar la vista de ella.

               —Dijo que no quería ver a Birgit en el monasterio nunca más.
               —Sí, de hecho parecía aliviado por librarse de ella.

               —Pero tú crees que Birgit pasó la noche allí.
               —La lluvia…
               —Howard —regresó al interior de la capilla con paso lento—. Estamos tratando
           con un hombre al que no le importa destruir pirámides para satisfacer sus caprichos.

           ¿Crees que le habría importado que la muchacha saliera en plena tormenta?
               Aquello era lo que me había estado rondando en un rincón de la mente durante

           toda la mañana, pero no me había permitido pensar en ello. No supe qué decir.
               Del exterior nos llegó otro leve chapoteo.
               —Howard, ¿dejaste el animal afuera?
               —No, está ahí.

               Registramos toda la capilla, pero no había ni rastro de él. Volvimos a mirar, pero
           nada. Al instante, descubrimos lo que había ocurrido. No hacía falta ni decirlo.

               Henry se me quedó mirando fijamente.
               —Tenemos que ir al monasterio.
               —Sí.

               —Para recuperar a Birgit, aunque tenga que enfrentarme al propio Rheinholdt.
           Quiero a la muchacha y al animal. A ambos —hablaba como un auténtico millonario
           americano, pero era evidente que tenía razón. Teníamos que ir, a pesar de la lluvia,

           nuestra fatiga y el dolor que sentíamos en los músculos.




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