Page 146 - Las ciudades de los muertos
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Permaneció con los ojos fijos en la carretera y los animales.
               —¿Y es cierto?
               —No  —empecé  a  justificar  el  motivo  de  mi  viaje  por  enésima  vez,  pero  el

           hombre me interrumpió.
               —Usted es un occidental. Un británico.
               No tenía sentido continuar discutiendo. No tuvo que añadir nada más, intuía sus

           palabras en el silencio de sus pausas: «usted es un infiel».
               Al cabo de poco rato, detrás de nosotros, oímos a bastante distancia unos sonidos
           como de disparos de pistolas. Akim permaneció impasible y no varió en absoluto la

           marcha de los animales pero yo me alarmé enseguida.
               —Nos siguen.
               Sonrió y me di cuenta de que le quedaban muy pocos dientes.

               —No saben el camino que hemos cogido. No pueden vernos y el agua cubrirá las
           huellas.

               Continuamos avanzando entre la niebla mientras Akim se entretenía en contarme
           cosas de su esposa, con la que se había casado a la edad de trece años. La mujer tenía
           los ojos grandes, como la mayoría de las egipcias, y senos generosos. Engendró a
           cuatro hijos y murió al dar a luz al quinto, que falleció también. Solía hacer el amor

           con la misma pasión que los gatos salvajes.
               —¿Sabía usted que nuestros antepasados veneraban a los gatos?

               —Sí.
               —Bien, pues mi mujer podría haber sido uno de ellos.
               Volvimos a oír disparos, todavía lejanos pero claramente audibles. Tumbado en la
           parte trasera de la carreta, Hank parecía haber recobrado la consciencia, o al menos

           estaba medio consciente.
               —¿Dónde estamos? ¿Cómo he llegado hasta aquí?

               Le presenté a Akim-es-Sihri.
               —Buenos días —bostezó—. Gracias por dejarnos viajar con usted.
               —Akim sólo habla árabe, Hank.
               —¡Oh!  Sabah  el-kheir,  Akim  es-Sihri  —Hank  había  aprendido  a  decir  cuatro

           frases en árabe y ahora presumía de ello.
               —Naharak said. Eish halak?

               El americano desvió la vista hacia mí, perplejo.
               —¿Qué me ha preguntado?
               —Desea saber si te encuentras bien.

               —¡Oh!  —parecía  abatido—,  dile  que  me  encuentro  perfectamente,  gracias.
           ¿Tienes más morfina?
               —No —mentí. Había estado tomando droga demasiado tiempo.

               —Oh, mierda. Bueno, me parece que el dolor ha remitido un poco y ahora puede




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