Page 149 - Las ciudades de los muertos
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»Se sucedieron más rayos y la cuerda tembló con las vibraciones de los truenos,
           mientras por el pozo que conducía a la tumba empezaba a soplar un viento helado,
           que silbaba en las profundidades y gemía, como si la tierra estuviera agonizando de

           dolor y no pudiese soportar el silencio. Oía a mi alrededor cómo el viento cantaba.
               »Al final llegué al fondo de la tumba y, tras dejar mis cosas en el suelo, observé a
           mi  alrededor.  El  pozo  era  pequeño,  de  unos  dos  metros  cuadrados,  y  en  el  suelo

           estaba esparcida una gran cantidad de vasijas y cajas. En una esquina, divisé un brazo
           momificado  y  lo  levanté  para  examinarlo  en  busca  de  brazaletes,  pero  no  llevaba
           ninguno.  Cogí  una  yesca  y  lo  encendí.  Quedaba  una  antorcha  bastante  original.

           “¡Amhed!”, empecé a gritar mientras alzaba la vista hacia el cielo, convertido ahora
           en una mancha oscura. No obtuve respuesta y supuse que se habría asustado al oír los
           truenos y se habría marchado de regreso a casa.

               »Estaba solo, y poco podía hacer. Comprenda que no era más que un muchacho y
           no podía cargar demasiadas cosas solo. Además, de la única luz de que disponía era

           de la de aquel brazo-antorcha. De pronto, una nueva ráfaga de rayos cruzó el cielo,
           uno tras otro, durante al menos treinta segundos, y a continuación empezó el diluvio.
           Gruesas gotas de lluvia caían como piedras en el pozo hasta la tumba y supuse que en
           el exterior debía de ser como una riada del Nilo. Mi túnica estaba empapada y el

           brazo chisporroteaba. No quería que se apagara y quedarme a oscuras, así que decidí
           introducirme en la primera de las cámaras funerarias que conectaban con el pozo.

               »La  estancia  estaba  llena  de  cosas:  vasijas,  la  mayoría  rotas,  cajas,  estatuas,  y
           había también un sarcófago. Me acerqué a él y lo toqué. Estaba cubierto de una capa
           de lodo y, tras observar a mi alrededor, descubrí que toda la estancia estaba cubierta
           de  barro  seco.  Aquello  tenía  que  haberme  servido  de  advertencia,  pero  sentía

           curiosidad por saber lo que había en el interior del sarcófago.
               »Me costó varios minutos deslizar la tapa superior, pero entonces lo vi. Una joven

           poco mayor que yo. Los vendajes que la envolvían eran de gran belleza y le habían
           colocado los brazos a ambos lados del cuerpo. Las vendas de la cabeza formaban una
           delicada figura geométrica. ¿Conoce usted ese estilo?
               —Sí, demasiado bien.

               —Bueno. Toqué su cuerpo en diferentes sitios, para ver lo firme que estaba y, no
           me importa admitirlo, Carter bajá, me quedé impresionado. Usted es un hombre de

           mundo, y no se sorprenderá al saber que pasé los dedos incluso por sus partes más
           íntimas. Era una momia muy hermosa.
               »Fue  entonces  cuando  me  di  cuenta  de  que  tenía  los  pies  mojados.  Debía  de

           haberlos metido en un charco. No se me había ocurrido pensar que el agua pudiese
           entrar en la tumba. Si continuaba la lluvia, quedaría inundada. Ese pensamiento me
           dejó totalmente horrorizado. Qué forma más horrible de morir, ahogado en una tumba

           a más de treinta metros de profundidad…




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