Page 148 - Las ciudades de los muertos
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veo en mi vida, prácticamente lo había olvidado hasta hace tres días.
               Lo escuchaba solo a medias.
               —El  sol  acabará  por  hacer  desaparecer  la  niebla,  aunque  tardará  unas  horas,

           debido a su espesor. Luego, secará la tierra y las cosas crecerán mejor gracias a la
           lluvia.
               —Carter bajá.

               Volví el rostro hacia él.
               —Quiero contarle lo que me ocurrió cuando era un chiquillo. Cómo desapareció
           mi hermano en una de esas tumbas.

               —¡Ah, sí! Claro, lo siento, Akim. He dormido poco rato esta noche. Cuénteme.
               —Ocurrió cuando yo acababa de cumplir trece años; mi hermano Amhed, el que
           desapareció, tenía once. Solíamos jugar entre las viejas tumbas porque nos daba la

           sensación de correr una gran aventura y porque solíamos cortar los vendajes de las
           momias para coger cosas que luego vendíamos; o los mismos vendajes, largos rollos

           de  vendas  antiguas  conservadas  en  grandes  vasijas  que  luego  vendíamos  también.
           Todavía debe de haber un montón de ellas allí. Un día, el gran Belzoni en persona me
           compró  algunas  cosas  y,  mientras  me  acariciaba  la  cabeza,  dijo  que  yo  era  un
           pequeño arqueólogo, y me llevó a la habitación de su hotel. Me sentí muy orgulloso

           de mi hazaña, Carter bajá.
               »Las tumbas más antiguas de el-Qatta son en forma de pozo, y pueden alcanzar

           los treinta o los treinta y cinco metros. Son muy profundos y en el fondo hay una
           serie de salas excavadas en la propia roca. ¿Conoce ese tipo de tumbas?
               —Sí, por supuesto.
               —Así  que  las  conoce…  Bueno,  Ahmed  y  yo  solíamos  divertirnos  mucho

           descendiendo a esas tumbas. Teníamos una cuerda muy larga y con nudos por la que
           descendía uno de nosotros para ver si había algo interesante allí. Cuando esto sucedía,

           el otro bajaba también y empezábamos el trabajo.
               »El caso es que aquel día me tocaba a mí hacer de explorador. El cielo estaba muy
           nublado  y  nuestra  madre  nos  dijo  que  no  fuésemos,  que  permaneciésemos  en  la
           granja porque estaba a punto de llover; pero como odiábamos a nuestra madre, nos

           encaminamos al cementerio, sabiendo lo mucho que iba a preocuparse al enterarse.
           Ella  siempre  nos  prohibía  ir  a  las  tumbas.  Cuando  llegamos,  las  nubes  habían

           adquirido un tono negruzco. Descolgué la cuerda por el pozo y la sujeté a una roca.
           Después, me até una linterna a la cintura y empecé a descender. No había bajado más
           de diez metros, cuando vislumbré un rayo de luz y un trueno retumbó en la superficie.

           Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, pero al poco rato pararon. Sin embargo,
           con el rayo había podido ver que el fondo de la tumba estaba cubierto de objetos, así
           que continué descendiendo. Le grité a Ahmed que allí había cosas, pero no recibí

           respuesta.




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