Page 171 - Las ciudades de los muertos
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todo eso—. Nunca se me había ocurrido que Rheinholdt pudiese estar detrás de este
           asunto,  aunque  es  un  modo  muy  eficaz  de  financiar  sus  investigaciones  y  sus
           excavaciones.

               Al poco rato, Henry estaba de nuevo durmiendo. Ahora ya sabía con claridad lo
           que estaba ocurriendo aquí y me alegré de que no sacara el tema de la brujería y de
           los  animales  de  arcilla.  Ya  había  sido  un  error  que  mencionara  a  Birgit,  aunque,

           bueno, ahora Rheinholdt sabría que buscábamos a la muchacha.
               Yo también necesitaba dormir.
               Nuestro  sueño  fue  largo  y  profundo.  Hank  roncaba  y  murmuraba  cuando  me

           desperté, poco antes del crepúsculo. Me desperecé y salí de la tienda. Sobre los muros
           del monasterio se veía una línea de antorchas encendidas y había vigías apostados a
           intervalos regulares, observándonos. No sabía por qué había tantos.

               Encendí una pequeña hoguera.
               —El cielo está tan oscuro… —Hank había salido de la tienda detrás de mí, mis

           movimientos lo habían despertado—. Incluso con la luz del monasterio, las estrellas
           brillan con fuerza. Mira la Vía Láctea —un meteoro cruzó el horizonte, hacia el sur, y
           Hank  lo  siguió  con  la  vista—.  Mi  institutriz  solía  decirme  que  los  meteoros  son
           ángeles moribundos.

               Le ofrecí un poco de agua y carne de cerdo.
               —¿Tenemos que desembalar las cámaras?

               Se sentó junto al fuego.
               —Hace frío.
               —Los trozos de palmera no queman demasiado bien.
               —¡En fin!

               Trabajamos  durante  toda  la  noche  desembalando  las  cámaras,  limpiándolas,
           lubricando los obturadores y puliendo lentes. Al final, montamos los aparatos. Hank

           planeaba  hacer  varias  fotografías  al  amanecer,  cuando  las  sombras  aún  no  han
           desaparecido del todo.
               Mientras  estábamos  trabajando,  permaneció  de  buen  humor,  pero  en  cuanto
           acabamos empezó a ponerse nervioso.

               —Nos estamos convirtiendo en criaturas noctámbulas, Howard.
               —Eso tiene bastante sentido aquí en el desierto.

               Faltaba poco rato para que saliera el sol. De pronto, empezamos a oír un sonido
           tenue y metálico que provenía de algún lugar en la arena.
               —Escucha… ¿No oyes nada?

               Hank asintió.
               —¿Qué es?
               —Cobras. Ése es el sonido de su voz cuando cantan.

               Abrió ligeramente los ojos. Por un momento había olvidado su fobia.




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