Page 172 - Las ciudades de los muertos
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—Cantan cuando están tranquilas. No nos molestarán.
               Eran  evidente  que  tenía  ganas  de  descansar,  pero  continuaba  observando  los
           muros negros. Por mi parte, yo quería mantener su mente ocupada.

               —¿Has ido siguiendo el calendario?
               —¿Mmm? —estaba perdido en sus pensamientos.
               —Mañana, o mejor dicho, hoy, es la víspera de Navidad.

               —Navidad —hundió los dedos en la arena—. Navidad, aquí.
               —No recuerdo la última vez que la celebré, al menos desde que llegué a Egipto.
           Aquí no ha habido nunca gente con quien celebrarla.

               Hizo una sonrisa que más bien parecía una mueca.
               —¿Quieres que adornemos una palmera?
               —No tenemos con qué.

               Poco después del amanecer, hicimos fotografías de los muros exteriores, desde
           todos los ángulos. Desde el desierto, desde las rocas por encima del monasterio…

           Deseábamos  poder  ver  el  interior,  pero  no  había  suficiente  altura.  Acabamos  el
           trabajo cerca de las diez de la mañana y estaba claro que no había modo alguno de
           introducirse en aquellos muros.
               —Mil quinientos años —Hank recogió sus placas con gran estrépito—. ¿Crees

           que habrá grietas?
               —Supongo que sí, pero demasiado estrechas para que pasemos.

               —Así que no podemos entrar.
               —Lo sé, tendremos que regresar.
               Aquello no se le había ocurrido hasta ahora.
               —¿Regresar?

               —A El Cairo, hablaremos con las autoridades. Después de todo, esta gente son
           criminales,  pero  no  tenemos  prueba  alguna  de  que  se  llevaran  a  Birgit  —estaba  a

           punto de interrumpirme pero continué—. Aunque sabemos lo que hicieron en Atribis.
           Cogeremos  a  Maspero  y  a  algunos  soldados  y  volveremos.  Entonces,  podremos
           pillarlos.  Las  fotografías  que  acabamos  de  tomar  demostrarán  a  la  gente  que
           realmente están aquí.

               A  cuatro  patas  nos  introdujimos  bajo  la  refrescante  sombra  de  la  tienda  y  nos
           pusimos a dormir. Hank se incorporó y pasó las yemas de los dedos por la lona.

               —Nochebuena.
               —Howard, levántate.
               —¿Mmm?

               —Levántate. Algo va mal.
               Me restregué los ojos y bostecé.
               —Puede esperar.

               —No, Howard.




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