Page 179 - Las ciudades de los muertos
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—¿Qué puede ser más importante que Birgit?
               —Más  importante,  no,  pero  sí  de  gran  valor.  Las  momias.  Tienen  que  estar
           escondidas en alguna parte del monasterio. Tenemos que encontrarlas así como los

           objetos con que fueron enterradas; pueden ser muy valiosos, incluso las vendas que
           las  envuelven  son  de  gran  valor  —observé  a  Hank  por  encima  del  hombro—.  Un
           regalo de bodas para ti, no el más agradable, pero sí real.

               —Cuerpos  muertos  como  regalo  de  bodas…  —se  estremeció,  pero  continuó
           caminando en silencio.
               Nos deteníamos de vez en cuando para observar el interior de las habitaciones por

           las que pasábamos. Algunas tenían más luz que otras y la mayoría estaban llenas de
           murciélagos.  En  una  de  ellas,  oímos  una  especie  de  silbido,  y  nos  alejamos
           rápidamente.

               —Howard.
               —¿Sí?

               —¿Dónde pueden haber encontrado las momias? ¿Aquí?
               —Sí,  los  antiguos  monjes.  Recuerda  que  los  cristianos  egipcios  momificaban
           también a sus muertos.
               —¿Habrá muchas?

               —Es difícil precisarlo.
               —Pero,  entonces…  —se  quedó  pensativo—,  ¿por  qué  son  todas  momias  de

           niños?
               Aquella pregunta también me martilleaba el cerebro, pero no quería escucharla.
               Una rata enorme pasó corriendo por el corredor, delante de nosotros, y se deslizó
           por debajo de una puerta de madera. La seguimos, pero encontramos la puerta cerrada

           con  candado.  Sobre  ella  había  escrito  en  letras  blancas  PROHIBIDO  EL  PASO.
           Acerqué la oreja a la puerta, pero no pude escuchar nada.

               —¿Qué puede haber ahí dentro que atraiga a una rata?
               Hank abrió los ojos como platos y se acercó.
               —¿Birgit? —susurró—. ¿Estás ahí?
               El silencio era absoluto.

               —¿Birgit? —esta vez más fuerte.
               Nada. Agarré el cerrojo y empecé a tirar de él. Al instante, saltó, junto con un

           trozo  de  madera,  y  la  puerta  quedó  abierta.  Había  más  luz  que  en  las  demás
           habitaciones que habíamos visto, ya que en la pared se había abierto una hendidura de
           casi  diez  centímetros  y  la  claridad  se  filtraba  desde  arriba.  Apiladas  de  cualquier

           manera, allí estaban las momias. Docenas, casi un centenar de momias de niños y
           adolescentes.  No  había  ninguna  envuelta,  todas  estaban  desnudas.  Retorcidas,
           mutiladas y con los rostros contorsionados. Prácticamente se podían oír sus gritos y

           sentir  su  sufrimiento.  Hank  se  detuvo  a  observar  el  rostro  de  una  de  ellas,  era  un




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