Page 187 - Las ciudades de los muertos
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Luego, se arrodilló y empezó a cantar de nuevo, esta vez muy suavemente, como si le
           estuviera susurrando algún secreto, mientras por el rabillo del ojo observaba a Hank.
           Sonrió y continuó cantando junto al oído muerto de Birgit, tan cerca que parecía estar

           besándola.
               Birgit abrió la boca lentamente y carraspeó en busca de aire. Hank cayó sobre mí
           y tuve que hacer un esfuerzo para agarrarlo.

               Despacio, muy despacio, Birgit levantó una mano. Rheinholdt la cogió y se puso
           en pie. Luego, muy lentamente, sostenida por el sacerdote, la muchacha se incorporó.
           Las sales se deslizaban por su piel y caían de sus orejas y de su nariz. La larga herida

           de su costado izquierdo permanecía todavía abierta, y el natrón emergía de su cuerpo
           como el agua de una catarata. Rheinholdt continuaba sujetándola con una mano y,
           suavemente, fue deslizando la otra por sus senos, por su vientre hasta llegar a la ingle.

           Luego, nos dedicó una triunfante sonrisa.
               —¿Lo ven?

               El  sonido  del  viento  había  cesado  por  completo  y  todo  a  nuestro  alrededor,  al
           igual que nosotros, permanecía inmóvil. La única cosa que se movía bajo la bóveda
           era Birgit.
               Hank recuperó el sentido y, tras apartarse de mí, dio un paso hacia ella. La monja

           le amenazó con el revólver.
               —Birgit.

               El cadáver salió lentamente de la caja, con los ojos fijos en Rheinholdt, que no
           dejaba de mirarla.
               —No insista, Larrimer. Ahora me pertenece —murmuró con suavidad.
               Se produjo un gran estruendo. Debía de haberse derrumbado parte del edificio. El

           suelo y las paredes vibraban.
               —¡Rheinholdt!

               Pareció no haberme oído.
               —¡Rheinholdt!  Esto  es  una  locura.  Tiene  que  haber  algún  lugar  seguro  donde
           cobijarnos, algún lugar más profundo y resistente.
               El sacerdote tenía los ojos clavados en Birgit y observaba todos y cada uno de sus

           movimientos con una amplia sonrisa en los labios.
               —Este es el lugar más profundo del edificio. Aquí estaremos a salvo.

               —¡Birgit!  —Hank  rondaba  ya  la  histeria  más  absoluta.  Lo  agarré  del  hombro,
           intentando que no perdiera el control.
               La muchacha se quedó de pronto inmóvil y permaneció así durante un largo rato.

           Luego, muy lentamente, volvió el rostro hacia nosotros y se nos quedó mirando con
           sus cuencas vacías.
               —Birgit. Por el amor de Dios, Birgit.

               Continuaba  observándonos  y  entonces,  con  gran  lentitud,  giró  todo  el  cuerpo




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