Page 191 - Las ciudades de los muertos
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miré  en  cada  una  de  las  habitaciones,  pero  lo  único  que  encontré  fueron  momias,
           ratas y más arena. Las jaulas que habían contenido a los animales de arcilla estaban
           volcadas y sus inquilinos habían desaparecido. Al final, entré en una sala donde había

           provisiones:  carne  de  cerdo  salada  y  vino.  Al  menos  durante  unos  días  no  nos
           moriríamos de hambre.
               Sin  embargo,  no  podemos  irnos.  Es  imposible  cruzar  el  desierto  a  pie  y  los

           animales  o  están  muertos  o  han  huido;  aunque  tenemos  comida  suficiente  para
           esperar. Tarde o temprano vendrá alguien: Zhitomiri, a buen seguro; tendremos que
           instalarnos.

               Todo el vino de que disponemos es egipcio, así que, por una vez, le encontraré
           buen sabor.





           Nuestro segundo día aquí. Me parece imposible que no haya sobrevivido ninguno de
           los misioneros, pero he registrado el lugar una y otra vez, llamando a gritos, y no he

           obtenido respuesta alguna.
               Ayer tarde, antes del crepúsculo, encontré a Hank en lo que había sido la capilla y
           que  ahora  es  un  lugar  misterioso.  Parte  del  techo  todavía  se  mantiene  en  pie,

           desafiando la ley de la gravedad; amenaza ruina, pero como la luz apenas consigue
           introducirse en la estancia, el lugar está lleno de sombras. Hank estaba en un rincón,
           con  los  ojos  cerrados  y  acurrucado  como  un  niño.  No  pude  distinguir  si  estaba

           llorando o rezando.
               Todavía es posible escalar lo que queda del muro exterior y, aunque en el primer
           intento no las tenía todas conmigo, resultó ser un muro bastante sólido. Ahora me

           subo allí varias veces al día para otear el horizonte, pero no viene nadie.
               Tercer día. Debería escribir más a menudo en este diario, ya que me ayudaría a
           ocupar  el  tiempo,  pero  tengo  miedo  de  mi  humor  y  de  mis  pensamientos.  La

           melancolía de Hank también me está afectando, así que creo que no me conviene
           hurgar demasiado en lo que ha sucedido.
               El pobre hombre no duerme nunca y de noche deambula por las ruinas, por los

           corredores en tinieblas. No tengo necesidad de preguntar a quién o qué está buscando,
           ya que un día me despertó poco antes del alba, muy excitado.
               —La mano de Birgit todavía se movía. Lo viste, ¿verdad? Sigue con vida. Viva,

           viva…
               Aquella tarde escuché un gran estruendo que provenía de las ruinas. No tenía ni
           idea  de  lo  que  podía  ser,  así  que  me  dispuse  a  averiguarlo.  Era…  Hank,  en  la

           habitación llena de momias. Estaba sentado en mitad de la estancia y había colocado
           a media docena de ellas en círculo a su alrededor. Parecían mirarlo fijamente mientras
           lloraba como un loco, gemía y se lamentaba. Me quedé en el umbral de la puerta,

           observándolo.


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