Page 190 - Las ciudades de los muertos
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           Es temprano, por la mañana. Luce un cielo claro y azul y el aire es cálido y tranquilo.

           Es el día de Navidad.
               La bóveda, mejor dicho, lo que antes fue la bóveda, está ahora abierta al cielo, y
           sobre  unos  cien  metros  cuadrados  de  arena  hay  cientos,  incluso  miles  de  piedras

           apiladas. La puerta de nuestro pequeño refugio quedó bloqueada y tuve que romper
           las tablas de la parte superior; estaban podridas, no fue un trabajo difícil.
               Todo está cubierto de arena. Las mesas, las cajas y las piedras caídas del techo, al

           igual que los cuerpos. La arena ha arrasado con todo y ha destrozado la mayor parte
           del edificio.
               Hank no quería salir del pequeño almacén.

               —No, quiero quedarme aquí. Tengo sueño.
               —Vamos, Hank. Hay un montón de cosas que hacer.

               —No, hazlas tú.
               —Hank —lo cogí de la mano para conducirlo afuera. Una vez en el exterior, miró
           a su alrededor con aspecto aterrado—. Todo irá bien ahora, Hank. La tormenta ha
           cesado.

               —No.
               Temía que hubiese perdido la razón.

               —Siéntate aquí y descansa un rato. Mientras, yo echaré un vistazo por ahí.
               Salvo nosotros, no había nadie más vivo, o al menos allí en la bóveda. Paseé por
           entre las columnas que ya no sostenían techo alguno en busca de los demás, pero no
           pude encontrar nada, ni siquiera los cuerpos. Debían de estar cubiertos de arena, ya

           que  en  algunas  esquinas  el  espesor  era  considerable.  No  me  fue  difícil  salir  de  la
           bóveda hacia el patio exterior.

               Pero  allí  tampoco  había  nadie,  únicamente  dos  de  los  burros,  que  estaban
           muertos; los habían atado a una gruesa columna. La arena les había arrancado la piel.
           Sólo se mantenía en pie una parte del muro exterior. Mientras inspeccionaba estas
           nuevas ruinas, no soplaba una brizna de aire.

               —¡Hola!
               Esperé  a  que  alguien  respondiera  a  mi  llamada,  pero  lo  único  que  obtuve  fue

           silencio.
               —¡Hola! ¿Hay alguien vivo?
               Nada.

               Regresé a la bóveda y me encontré a Hank durmiendo sobre un montón de arena.
               Los  pasillos,  incluso  los  más  alejados  de  cualquier  entrada,  estaban  también
           repletos de arena, las puertas abiertas, muchas de ellas salidas de sus goznes y medio

           sepultadas. Parecía que un tornado hubiese arrasado el lugar. Caminé por las salas,




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