Page 123 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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Carrel murió convencido de haber resuelto una parte crucial del acertijo del envejecimiento: las
células podían vivir eternamente, siempre que se les proporcionara el ambiente adecuado. Por
desgracia, se descubrió que había cometido un grave error de técnica. Al agregar nuevas cantidades
de medio nutritivo, que también se derivaba de pollos, estaba introduciendo accidentalmente nuevas
células de embrión. Eran esas células las que continuaban dividiéndose una vez muerta la
generación previa de fibroblast.
La última esperanza de que las células humanas fueran inmortales se hizo trizas por casualidad a
finales de la década de los cincuenta, cuando Leonard Hayflick, un joven investigador de Filadelfia, no
pudo conseguir que una cantidad de células embrionarias humanas se multiplicara más allá de cierto
límite. Por mucho cuidado que pusiera en el cultivo, las células morían después de unas cincuenta
divisiones. Sin embargo, el experimento fallido de Hayflick se convirtió en un descubrimiento cuando
él comprendió que había hallado el límite de la longevidad celular. Nacía lo que sería conocido como
«el límite Hayflick». Además de echar por tierra los resultados de Carrel, Hayflick observó también
que, al aproximarse a su quincuagésima división, las células se dividían más lentamente y
empezaban a parecer más viejas, acumulando desechos amarillentos.
Otros experimentos revelaron que el límite de Hayflick era, al parecer, parte de la memoria
programada del ADN, pues las células cultivadas in vitro (es decir, en tubos de ensayo bajo
condiciones de laboratorio) parecían recordar a qué proximidad se encontraba el límite. Si se congela
un cultivo de células después de veinte divisiones, por ejemplo, después del descongelamiento se
reproducirán treinta veces más, para luego morir. Esto implica que se sigue un plan fijo. El límite
Hayflick, por lo tanto, es un fuerte respaldo a la idea de que el envejecimiento está controlado por un
reloj biológico. Hayflick, que ahora es un anciano portavoz de las teorías del reloj del envejecimiento,
cree que los humanos tenemos una duración de vida máxima fijada, utilizando la simple lógica de
que, si nuestras células tienen un límite de vida fijo, la nuestra no puede excederlas.
En apoyo de esta teoría, cuando se cultivan en el laboratorio células extraídas de personas
ancianas, éstas mueren después de dividirse muchas veces menos que las células más jóvenes,
revelando que ya estaban cerca del límite de Hayflick; si se les proporciona un ambiente nuevo, con
elementos nutritivos perfectamente controlados, su vida no se prolonga. De igual modo, la piel de
ratones viejos, injertada en ejemplares más jóvenes, continúa envejeciendo y muriendo de acuerdo
con el ciclo vital del donante.
Sin embargo, el límite de Hayflick no parece ser igual para todas las células. Roy Walford, de la
Universidad de California, realizó experimentos posteriores para demostrar que los glóbulos blancos
de la sangre pueden alcanzar sólo un límite de entre quince y veinte divisiones; se han visto límites
inferiores en células de animales de vida breve, tales como ratas y ratones. A fin de superar el límite
de Hayflick, los investigadores han debido recurrir a condiciones artificiales desconocidas en la
naturaleza. Se puede extraer la médula ósea a un ratón viejo e implantarlo en uno joven; cuando éste
envejece. se ex-. trae la médula y se la vuelve a trasplantar. De este modo las células de médula han
sobrevivido cuatro o cinco generaciones de ratones implantados, mucho más allá del límite de
Hayflick. Se ha señalado, como desafío, que cultivar células bajo vidrio es un arte que aún no ha sido
perfeccionado; se supone que, cuando se desarrollen mejores condiciones para el cultivo de tejidos,
las células podrían dividirse más de cincuenta veces.
El DNA y el destino
¿Cómo afecta el límite de Hayflick a nuestras posibilidades de vivir más allá de cierta edad? Aunque
ese límite suele ser considerado el hallazgo experimental más significativo sobre el envejecimiento,
se desconoce su importancia para la vida real. En el laboratorio, cada generación de células es la
prole de un número limitado de células madres. Por otra parte, los bebés no nacen con un
complemento de células completo; a lo largo de la vida se van produciendo otras nuevas. La médula
ósea, por ejemplo, genera células sanguíneas inmaduras que crecen hasta madurar. En diversas
etapas del primer desarrollo, y a veces durante toda la vida, cada órgano contiene una mezcla de-
células primitivas, parcialmente maduras y maduras. Las maduras son las que se han diferenciado,
eligiendo convertirse en células cardiacas y no en células del estómago, en células cerebrales y no en
renales.
Dentro de todas las células existe el mismo ADN pero mediante la diferenciación éste expresa