Page 128 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         mundial  y  armonía  entre  Estados  Unidos  y  la  (ex)  Unión  Soviética.  No  es  necesario  decir  que  sus
         visitantes quedaron completamente encantados.
            Cosa rara entre los abjasianos de vida larga. Vanacha poseía un certificado de bautismo, toda una
         rareza en una región donde los registros se reducen al mínimo, en el mejor de los casos. Según la
         fecha  de  su  documento.  Va-nacha  tenía  106  años,  pero  explicó  que  sus  padres  habían  esperado
         cuatro  años  para  bautizarlo  porque  eran  demasiado  pobres  para  pagar  al  sacerdote.  «El  vigor  de
         Vanacha, aun a los ciento seis años, era increíble —escribió uno de los visitantes—. Era un hombre
         de un metro y medio de estatura, chispeantes ojos azules y elegante bigote blanco, la personificación
         del  abuelo  bondadoso  y  juguetón. Atribuyó lo esbelto y fibroso de su cuerpo a la comida liviana, el
         montar a caballo, el trabajo agrícola y las caminatas por las montañas.»
            Aunque   Vanacha   Temur  estaba  considerado  como  uno  de  los  más  saludables entre los de vida
         larga  (un  médico  estadounidense  le  tomó  la  presión  sanguínea,  que  tenía  un  juvenil  índice  de
         120/84),  no  se  trataba  de  un  caso  atípico.  En  un  detallado  estudio  de  todos  los  abjasianos  que
         superaban los 90 años de edad, se dictaminó que el 85 por ciento gozaba de buena salud mental y
         carácter vivaz; sólo el 10 por ciento estaba duro de oídos y el 4 por ciento tenía mala vista. Tanto los
         hombres   como   las  mujeres  de  esa  cultura  compartían  la  pasión  por  los  caballos  de  carrera;  era
         cuestión de amor propio que los centenarios participaran montados en los desfiles de la aldea.
            En Estados Unidos, el concepto de mantener una actividad extrema ya avanzada la vejez apenas
         comenzaba    a  recibir  crédito  entre  los  médicos,  pero  en  Abjasia  no  se  conocía  el  retiro  sedentario,
         salvo en casos de invalidez. Típicamente, los trabajadores de más edad abreviaban sus horas en los
         sembrados   al  aproximarse  a  los  80  y  los  90  años;  en  vez  de  trabajar  entre  diez  y  quince  horas,
         abandonaban después de tres, cuatro o cinco. Sin embargo ese esfuerzo no les era impuesto. Entre
         los  abjasianos  estaba  muy  arraigado  el  amor  al  trabajo  duro;  los  registros  demostraban  que,  un
         verano,  a  una  mujer  de  109  años  se  le  pagó  por  cuarenta y nueve jornadas enteras en las planta-
         ciones de té.
            Toda la cordillera del Cáucaso es famosa desde hace siglos como «cinturón de longevidad». En la
         zona que delimitan el mar Negro por el oeste y el Caspio por el este, tres Estados rusos diferentes
         proclamaban   tener  supercentenarios:  Georgia  (que  contiene  el  Estado  de  Abjasia),  Azerbaiyán  y
         Armenia.  Una  mezcla  de  razas  habita  toda  la  zona,  apenas  industrializada;  la  región  pasa  de  la
         religión  musulmana  al  cristianismo,  según  dónde  se  vaya,  y  el  clima  presenta  amplias  variaciones:
         desde el de alta montaña (el Cáucaso es la cordillera más alta de Europa, con un máximo de 5.400
         metros)  hasta  el  subtropical.  Estos  detalles  eran  importantes  para  los  gerontólogos,  pues,  con  tal
         diversidad  de  culturas,  razas  y  climas,  no  había  una  herencia  genética  aislada  que  justificara  la
         longevidad de esa región; tampoco existía un lugar geográfico favorecido, una especie de Shangri-la
         ruso.
            A fines de los años sesenta y principios de los setenta llegó a su máximo la epidemia de ataques
         cardiacos  que  siguió  a  la  Segunda  Guerra  Mundial;  los  índices  de cáncer no presentaban cambios
         significativos desde la década de los treinta (lo mismo puede decirse hoy, después de tres décadas
         más de investigaciones que contaron con generosos fondos). Los de larga vida habían evitado ambas
         plagas en un grado notable; además del ejercicio frecuente, gran parte del mérito correspondía a la
         dieta. La población, favorecida con un suelo rico y un clima adecuado para el maíz, los tomates y todo
         tipo de hortalizas, se alimentaba con las verduras de sus propias huertas y productos de granja, más
         pequeñas   cantidades  de  nueces,  cereales  y  carne  para  redondear  el  menú.  (El  yogur,  elemento
         básico de su dieta, tiene desde hace tiempo reputación de prolongar la vida; para capitalizar eso, una
         fabrica  norteamericana  de  yogur  publicó  una  serie  de  anuncios  deliciosos  en  que  se  veía  a  un
         abjasiano de 89 años probando el producto, mientras su madre, de 117, le pellizcaba la mejilla).
            Pese a que casi todos los longevos consumían queso, leche y yogur todos los días, el consumo
         total  de  grasas  y  calorías  era  llamativamente  bajo  para  las  costumbres  occidentales:  entre  1.500  y
         2.000 calorías diarias. A fin de comer tan frugalmente, muchos estadounidenses tendrían que quitar
         ¡entre mil quinientas y dos mil calorías a sus dietas! Entre los abjasianos, el consumo diario de grasa
         era  de  sesenta  gramos,  exactamente  la  mitad  del  promedio  estadounidense.  Aunque  les  gustaba
         beber  el  aguardiente  local,  sólo  unos  pocos  supercentenarios  fumaban;  entre  ellos  eran  raras  las
         mujeres,  que  tradicionalmente  consideraban  esa  práctica  como  prerrogativa  de  la  vida  masculina.
         Casi  todos  estaban  casados  desde  los  20  años.  Como  la  región  tiene  pocas  rutas  pavimentadas,
         tenían por costumbre caminar hasta treinta kilómetros al día.
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