Page 133 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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India, país en donde me crié, aún se equipara ancianidad con sabiduría. Las aldeas rurales están
gobernadas por el panchayat, consejo de cinco ancianos que se han ganado el respeto y la autoridad
por su venerable edad. En Occidente, cuanto más vive una persona más sospechas de
incompetencia mental despierta. Es probable que el mal de Alzheimer haya sobrepasado al cáncer en
el dudoso honor de ser la enfermedad más temida en Estados Unidos. Sé de sexagenarios que leen
obsesivamente cualquier articulo sobre ese mal y sienten terror cada vez que olvidan el número
telefónico de un amigo, tan convencidos están de que contraerlo es sólo cuestión de tiempo.
«Dicho en los términos más crudos —escribió Anthony Smith en The Body («El cuerpo»)—,los
progresos de la medicina permiten que cada vez seamos más los que lleguemos a la senilidad.» Es
un punto de vista demasiado lúgubre. Sólo el 10 por ciento de quienes tienen más de 65 años
presentan algún síntoma del mal de Alzheimer, pero no hay dudas de que esta cifra aumenta con la
edad; después de los 75, hasta el 50 por ciento de los ancianos pueden mostrar evidencias de la
enfermedad. Un sombrío legado de la «vieja ancianidad» es la creencia de que la senilidad es un
aspecto normal e inevitable de la vejez. Paradójicamente, el factor más importante para echar por tie-
rra este mito fue esa misma dolencia. La enfermedad fue descubierta ya en 1906 por Alois Alzheimer,
eminente investigador y médico de Munich. Al practicar la autopsia a una mujer de 55 años que se
había deteriorado mentalmente en los tres años previos a su muerte, encontró en su cerebro daños
visibles que no se podían explicar como envejecimiento normal: nervios retorcidos y enredados y
depósitos endurecidos de placas químicas.
Hasta entonces nadie había vinculado la senilidad con una enfermedad específica; al descubrir la
que recibió su nombre, el doctor Alzheimer dio un golpe decisivo a la teoría de la «senilidad normal».
Sin embargo, las actitudes sociales suelen perdurar mucho más de lo que les corresponde; pasaron
setenta años antes de que se captara plenamente la importancia del descubrimiento de Alzheimer. En
las últimas décadas ha aumentado dramáticamente la identificación de esa enfermedad al cobrarse
conciencia de que afecta a más de un millón de estadounidenses, entre el 50 por ciento y el 60 por
ciento de quienes sufren de demencia senil. Demencia es el término médico que designa una serie de
síntomas vinculados con el vocablo senilidad: mala memoria, confusión, desorientación, irritabilidad,
capacidad de atención abreviada e inteligencia reducida.
Lewis Thomas apodó al mal de Alzheimer «la enfermedad del siglo»,llamándola con elocuencia «la
peor de todas las enfermedades, no sólo por lo que hace a la víctima, sino por sus devastadores
efectos sobre familiares y amigos. Comienza con la pérdida de las habilidades aprendidas: la aritméti-
ca y la mecanografía, por ejemplo; progresa inexorablemente hasta la anulación total de la mente. En
su inmisericordia, no resulta letal. Los pacientes continúan viviendo, esencialmente descerebrados,
pero por lo demás saludables, hasta llegar a una edad avanzada, a menos que tengan la suerte de
ser rescatados por una neumonía».
Los enfermos de Alzheimer tienen períodos de lucidez en las primeras etapas de esa dura prueba.
En su libro The Myth of Senility («El mito de la senilidad»), el doctor Siegfried Kra, de Yale, cita el
caso de la esposa de un colega; tras haber realizado una feliz carrera como médica y escritora de
cuentos para niños, alrededor de los 55 años debió retirarse, afectada por el mal de Alzheimer. Al
principio aún tenía períodos de lucidez, sobre todo entre las tres y las cinco de la mañana; era
entonces cuando expresaba la oscura transformación que se estaba produciendo dentro de ella. Sólo
podía pronunciar frases entrecortadas, tanto más patéticas por lo mucho que había amado las
palabras y el buen uso que hiciera de ellas:
Tengo un problema neurológico. ¿A quién le hace falta? A nadie.
No gusto a nadie. No me gusto ni a mí misma.
Yo era médica, conducía automóviles. ¿Qué quiero? No quiero estar aquí.
Tengo miedo de todo.
No soy más que basura. Debería estar en el cubo de la basura.
Necesitas otra esposa. Ésta ya no te sirve.
Ya nadie sabe mi nombre... porque no soy nada.
Lo he perdido todo: el servicio de salud, la mecanografía y la escritura. Ya no tengo ninguna
habilidad. No hago más que comer. Tengo que irme. No puedo leer lo que yo misma escribo.
He perdido un reino.
Ya no canto.