Page 132 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         durante el año previo a la muerte, contra sólo un 4 por ciento de cancerosos. Las mujeres, además de
         sufrir más años de incapacidad, eran las más afectadas: durante el último año de vida, la incapacidad
         de atenderse solas era un 40 por ciento más que entre los hombres y tenían un 70 por ciento más de
         probabilidades  de  caer  en  la  categoría  de  gravemente  limitadas.  Otro  factor  que  aumentaba  las
         posibilidades de incapacidad era el no estar casados.
            Los  investigadores  consideraron  que  el  estudio  tenía  mucha  importancia  porque  pocos  habían
         observado tan estrechamente el estado de salud de los ancianos en el crítico período del último año
         de vida. Debemos poner cuidado en no llevar los hallazgos demasiado lejos: puesto que la vasta ma-
         yoría  de  'los  ancianos  no  están  en  su  último  año,  tienen  muchas  menos  posibilidades  de  estar
         gravemente   limitados.  Pero  las  cifras  del  CCE  nos  llaman  a  la  reflexión  en  cuanto  a  lo  mucho  que
         debe avanzar aún la «nueva vejez».
            Entre las culturas norteamericana y abjasiana hay enormes diferencias. Sería preciso retroceder a
         1920 para encontrar una época en que la mayoría de los estadounidenses viviera en zonas rurales.
         Comer   poco  y  desarrollar  una  actividad  física  considerable  durante  toda  la  vida  son  cosas  que
         debemos volver a aprender conscientemente, pero fijarse en esos ingredientes nos llevaría a pasar
         por  alto  el  espíritu  de  Abjasia,  que  representa,  a  mi  modo  de  ver,  una  motivación,  mucho  más
         inspiradora para sobrevivir hasta los 100 años. Hace poco recibí una carta de una preocupada mujer
         llamada   Mary  Ann  Soule,  que  me  invitaba  a  una  conferencia  sobre  «envejecimiento  conscien-
         te».Terminaba con esta elocuente afirmación:

               Si  insistimos  en  sucumbir  a  la  visión  estereotipada  que  la  América  moderna  tiene  del
            envejecimiento, en temer a los cambios del cuerpo, en resistirnos a las transiciones naturales de la
            vida  y  evitar  el  desconocido  territorio  de  la  muerte,  nos  privaremos  y  privaremos  a  toda  la
            civilización de los dones de la ancianidad: una perspectiva madura, una creatividad asentada y la
            visión espiritual.

            Todos los días, cuando hablo con pacientes de edad, descubro la verdad de esto. Uno de ellos,
         gerente jubilado, me comentó una vez, melancólico: «Siempre quise vivir mucho tiempo, pero nunca
         quise envejecer.» Lo dijo con ironía; no hacía falta agregar que no podía tener una cosa sin la otra.
         Pero ¿por qué no? Estaba bastante sano y activo, pero desdichadamente se consideraba viejo; eso,
         en  Estados  Unidos,  significa  entrar  en  la  tierra  de  nadie  de  la  dignidad  perdida  y  el  valor  personal
         incierto.  En  1972,  Alexander  Leaf  regresó  de  visitar  a  los  longevos  «con  la  sensación  de  que  vivir
         hasta los 100 años era algo muy natural y sencillo. Bastó un breve período de nuevo en Boston para
         que esa sensación fuera sólo otro recuerdo exótico.»
            Este país ha experimentado recientemente un surgimiento de centenarios que no tiene paralelos.
         En la actualidad se calcula que existen 35.800 estadounidenses que han cumplido 100 años o más;
         son el doble que hace diez años y se espera que la cifra vuelva a duplicarse próximamente. Esta cifra
         proviene de la Oficina de Censos, que acepta la edad declarada por la gente sin verificarla. (En una
         investigación  detallada  de  aquellas  personas  subvencionadas  por  el  Estado  que  informaban  ser
         centenarios, se descubrió que el 95 por ciento exageraba; esto es fácil de comprender, pues tener 97
         o 98 años es mucho menos místico que tener 100.)
            Aun  suponiendo   que  cierto  número  de  entrevistados  hayan  exagerado  su  edad  para  cruzar  el
         mágico   límite  del  siglo,  los  estadísticos  están  de  acuerdo  en  que  al  menos  uno  de  cada  diez  mil
         estadounidenses tiene 100 años o más. Se trata de un número histórico, pero es sólo un promedio.
         Algunas  regiones  del  país  exhiben  ya  tasas  de  longevidad  increíblemente  altas.  En Iowa, donde la
         expectativa de vida es la más alta de la nación, una persona entre 3.961 tiene más de 100 años; le
         sigue Dakota del Sur, con uno entre 4.168. Por contraste, algunas zonas están muy por debajo de la
         media nacional en cuanto a centenarios: los dos últimos estados en la lista de la Oficina
            de Censos son Utah, que sólo presenta un centenario cada 19.358 personas, y Alaska, con uno
         cada   36.670.  Sin  embargo,  aún  estas  bajas  cifras  son  pasmosas  comparadas  con  las  medias
         históricas. Lo que implican es que hemos ganado la lucha por la longevidad; ahora nos enfrentamos
         al desafío de convertirnos en un país donde los longevos sigan siendo jóvenes.

            Senilidad: el miedo más sombrío

         A casi todos nos resultaría más fácil soportar los trastornos físicos de la vejez que los mentales. En la
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