Page 151 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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QUINTA PARTE
Romper el hechizo de la mortalidad
Por tu arte, Espíritu, derrotas
lo arrollador de la muerte.
RIG VEDA
El límite último de la vida humana es la muerte; llevamos miles de años tratando de viajar más allá de
esa frontera. Pese a la obvia mortalidad de nuestro cuerpo, surgen momentos en que brilla una clara
percepción de la inmortalidad. El poeta Tennyson describía experiencias vividas en su juventud, en
las que su ser individual «parecía disolverse y fundirse en un ser ilimitado». Esta radical salida de la
experiencia vulgar no era un estado confuso, recordaba él, «sino lo más claro de lo claro, lo más
seguro de lo seguro, totalmente más allá de las palabras, cuando la muerte era una imposibilidad casi
risible».
Como estos sentimientos inmortales son completamente subjetivos, no tienen cabida en la visión
que la ciencia tiene del mundo y, por lo tanto, tendemos a rotularlos como religiosos. Pero miles de
personas han tenido el privilegio de echar vistazos a la realidad que abarca el espacio y el tiempo co-
mo una vasta burbuja multidimensional. Algunas personas parecen haber establecido contacto con
este reino atemporal a través de experiencias de cuasimuerte, pero también es accesible en la vida
cotidiana. Al echar un vistazo bajo la máscara de la materia «tenemos cierta sensación, cierta
nostalgia que no llegamos a expresar en palabras. Es un anhelo... un deseo de algo más grande o
más elevado dentro de nosotros mismos». Con estas palabras, el filósofo Jacob Needleman señalaba
lo que llamó «nuestro segundo mundo», al cual todos podemos llegar bajo condiciones especiales.
Nuestro primer mundo, según escribía Needleman, es «el mundo en que vivimos todos los días,
este mundo de acción, actividad y hacer», gobernado por los pensamientos y las emociones
cotidianas. Pero hay momentos, como destellos de un relámpago espiritual, en que el segundo
mundo se hace conocer, lleno de paz y gozo, con una clara e inolvidable sensación de quiénes
somos realmente, «vividos momentos de estar presente en uno mismo», como los llamaba
Needleman. Si el segundo mundo está dentro de nosotros, también lo está el primero, pues en último
término no hay nada verificable «allí fuera». Cuanto se puede ver, sentir y tocar en el inundo sólo es
cognoscible como disparos de señales neuronales dentro del cerebro. Todo ocurre allí.
Quien seas tú depende del mundo en que te veas viviendo. El primero, por estar gobernado por el
cambio, contiene enfermedades, envejecimiento y muerte como parte inevitable del paisaje; en el
segundo, donde sólo hay ser puro, todo eso falta por completo. Por lo tanto, hallar ese mundo dentro
de uno mismo y experimentarlo, siquiera por un momento, podría tener un efecto profundo en el
proceso de enfermedad y envejecimiento, si no en la muerte misma.
En Oriente, esta posibilidad siempre se ha aceptado como hecho. En la India y la China se cree
que algunos maestros espirituales han vivido cientos de años por haber alcanzado un estado de
conciencia atemporal. Se considera que ésta es una de las opciones abiertas al espíritu que ha
alcanzado el moksha, la liberación, aunque no son muchos los maestros que eligen extender su
tiempo de vida. En Occidente, esos poderes despiertan un escepticismo extremo. Pero el nuevo
paradigma nos asegura que existe un plano de la naturaleza donde el tiempo se disuelve o, para
expresarlo de la manera inversa, donde es creado el tiempo.
Este plano es sumamente enigmático, aun en términos cuánticos, pues existía antes de la creación
del espacio y del tiempo. La mente racional no puede concebir semejante estado, pues decir que algo
existía antes de que comenzara el tiempo es una contradicción de la lógica. Sin embargo, los sabios
antiguos creían que es posible el conocimiento directo de la realidad atemporal. Todas las
generaciones han afirmado esa aseveración. El mismo Einstein experimentó episodios de completa
liberación con respecto a los límites de espacio y tiempo: «En momentos tales uno imagina estar de
pie en algún punto de un pequeño planeta, contemplando con asombro la belleza fría, pero
profundamente conmovedora, de lo eterno y lo insondable. La vida y la muerte se funden en una sola