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CONDICIONES MATERIALES Y FINES IDEALES

               que cesar todas las pretensiones de una seguridad privilegiada para particu-
               lares grupos y desaparecer todas las excusas que permitan a cualquier grupo
               excluir de la participación en su relativa prosperidad a los recién llegados, a
               fin de mantener para sí mismo un nivel especial.
                  Puede parecer magnífico que se diga: «¡Al diablo la economía, y rehaga-
               mos un mundo decoroso!» Pero esto, de hecho, es pura irresponsabilidad.
               Con nuestro mundo tal como está, convencidos todos de que las condicio-
               nes materiales deben ser mejoradas en todas partes, nuestra sola posibili-
               dad de construir un mundo decoroso está en poder continuar mejorando el
               nivel general de la riqueza. Lo único que la democracia moderna no sopor-
               tará sin deshacerse es una reducción sustancial de los niveles de vida en la
               paz o, ni siquiera, un estancamiento prolongado de la situación económica.


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                  Los que admiten que las actuales tendencias políticas constituyen una
               seria amenaza para nuestro porvenir económico y, a través de sus efectos
               económicos, ponen en peligro valores mucho más altos, están, sin embargo,
               dispuestos a engañarse a sí mismos y creer que estamos realizando sacrifi-
               cios materiales para alcanzar objetivos espirituales.Es,sin embargo,más que
               dudoso que los cincuenta años de movimiento hacia el colectivismo hayan
               elevado nuestras normas morales o incluso que el cambio no nos haya
               llevado en la dirección opuesta.Aunque tenemos el hábito de enorgullecer-
               nos del aumento de sensibilidad de nuestra conciencia social,no está en modo
               alguno claro que ello se justifique por la práctica de nuestra conducta indi-
               vidual. En el aspecto crítico, en su indignación por las iniquidades del orden
               social existente, nuestra generación sobrepasa, probablemente, a la mayo-
               ría de sus predecesoras. Pero es cosa muy diferente el efecto de esta actitud
               sobre nuestras normas positivas en el campo propio de la moral, es decir, en
               la conducta individual, y sobre la firmeza de nuestra defensa de los princi-
               pios morales contra las conveniencias y exigencias del mecanismo social.
                  En este campo, las cuestiones se han vuelto tan confusas que es necesa-
               rio retroceder a los fundamentos. Lo que nuestra generación corre el peligro
               de olvidar no es sólo que la moral es necesariamente un fenómeno de la
               conducta individual, sino, además, que sólo puede existir en la esfera en que

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