Page 431 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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420 Parte III.— Textos: Mawaqui, 145, 149, 154
la conciencia del prójimo, no sólo su estado presente, sino también
las ideas y sentimientos que todavía no tiene y que en lo futuro sabe
Dios que tendrá. Estas intuiciones son efecto de la contemplación,
que el místico tiene, de la lámina del destino, en la cual ve todo lo
que ha sido, lo que será y lo que sería, si Dios quisiera que fuese.
En tal contemplación, el místico permanece inmóvil con absoluta quie-
tud de todos sus miembros, excepto los ojos que no cesan de mover-
se, agitados por la mirada de la vista interior que le domina. Mas en
esto hay diferencias de grado: unos no cesan de contemplar así la
lámina del destino continuamente, mientras otros la contemplan con
intermitencias y otros no logran más que echar sobre ella una sola
mirada, retornando de la contemplación a su estado normal, sin vol-
ver ya jamás a lograrla. Los signos para conocer cuándo se dan estos
carismas contemplativos son varios según sus grados: uno es que
el sujeto hable de !o que pasa en la conciencia del prójimo, sin que
éste le hable palabra; otro es que conozca el origen de los estados de
alma sobre los cuales el prójimo está hablando; otro es la familiari-
dad con Dios; otro es la indiferencia respecto de sus decretos y la
conformidad con sus decisiones, de tal modo, que le sea igual todo
cuanto le ocurra, lo mismo la tribulación y la adversidad que el bien-
estar y la prosperidad, siempre que las pruebas que Dios le envía no
afecten a su perfección espiritual; otro es que su voluntad positiva-
mente quiera todo cuanto le acaezca.]
[149] Pero dirás quizá: "Cabe muy bien que el hombre pretenda
haber logrado estos grados de iluminación, sin que nadie pueda sa-
ber si es verídico o mendaz en su pretensión."
A esto responderé: Ten en cuenta que todo hombre está expuesto
a distracciones. De modo que si alguien pretende esa morada, no ha-
gas caso de su pretensión, o, mejor aún, asiente a ella; pero luego,
cuando él esté distraído, es decir, cuando ya no se acuerde de su
pretensión, procura mortificarle de algún modo, molestándole con cual-
quier contrariedad, y observa entonces cuál es su estado de ánimo
ante tu contradicción. Si fué mendaz en su pretensión, se alterará de
seguro. Mas esa alteración de alma no puede obedecer sino a la con-