Page 437 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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426       Parte III.—Textos: Mawaqui, 167, 168, 176
       serva de ilusiones, que con él ya de nada necesita, y se imagina, fia-
       do de esa su misma experiencia o gusto espiritual, que  la realidad
       esencial de la morada en que ha entrado es cabalmente la que otorga
        tal preservación y que nadie jamás se ve sometido por Dios a prueba
       en aquella morada. Niega, por lo tanto, que quepa en ella prueba al-
       guna. Esto es, sin embargo, una mera idea que él se forma. Es, a pe-
        sar de todo, sincero y veraz, pues es sufí, y, como  tal, no pretende
        afirmar sino aquello que conoce por experiencia y gusto personal, ni
        habla jamás sino de sus propios estados de espíritu. Esto es exac-
        tamente lo que te contestará, si le preguntas la razón de su negativa.
        Pero se le debe replicar así: "Que tú lo experimentas eso, es exacto;
        pero el juicio que tú formas de esa experiencia tuya, al asegurar que
       realmente es como lo experimentas, ya es un error. Evita, pues, ese
        error y retráctate de él, limitándote a decir lo que tú sientes y guar-
        dando silencio, respecto de lo que está fuera del alcance de tu cono-
        cimiento, y asintiendo a  lo que  te dicen, como  los demás asienten
        a  lo que  les dices  tú."
          Aquellos a quienes Dios somete a pruebas en esta morada, son de
        dos clases, según que esas pruebas les sirvan de medios para su per-
        fección espiritual, fomentando en sus almas la piedad,  el fervor y la
        luz y elevándolas, o según que, por el contrario, dichas pruebas les
        hagan retornar hacia los grados más bajos de la perfección.
          Varias son las formas que puede tomar  la prueba del alma por
        Dios en esta morada: que, por ejemplo, se  le presente  al religioso
        una joven invitándole a pecar con  ella o que  le mande beber una
        copa de vino o matar a un hombre o cometer cualquier otro acto
        prohibido por la ley de Dios. Si obedece y comete cualquiera de estos
        actos, peca, ofende a Dios y cae al más bajo de los estados morales.
        Pero  si rehusa hacer lo que se le manda, rompe entonces el voto que
        contrajo con Dios, pues ese compromiso ha de cumplirlo  fiel e ínte-
        gramente en todos los casos, sin que le sea lícito dividirlo en partes,
        de manera que para unos actos estime que es Dios quien se los man-
        da y para otros no, pues eso sería anular la esencia [167] de la mo-
        rada en que está; antes bien, debe estimar que escucha a Dios en to-
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