Page 459 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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        politeístas, a causa de que en su persona no aparecían ya las huellas o
        efectos [de su visión extática], al revés de lo que en otros ocurre, pues
        en ellos aparecen dichos efectos. Es inevitable, sin embargo, que los
        estados místicos dejen su huella en el sujeto y que, por ende, se mez-
        clen los actos de un estado con los de otro. Pero, a pesar de ello, con-
        viene que el sujeto se eleve desde esta morada a la morada de la pro-
        videncia divina ordinaria, es decir, que se acomode en lo exterior a la
        ley y norma habitual, recluyendo en lo íntimo de su alma los fenómenos
        anormales o prodigios de la gracia, hasta el punto de que tales caris-
        mas preternaturales vengan a serle habituales por su constante com-
        pañía, y que no cese ni un momento de decirle a Dios: "Señor, aumen-
        ta mi ciencia", mientras en este mundo viva, y que se esfuerce por aco-
        modar su conducta a lo que exija cada momento. Así, cuando le ven-
        ga de Dios la inspiración propia del momento, acójala, pero evitando
        el enamorarse apasionadamente del favor recibido y guardándolo para
        cuando lo necesite, pues lo necesitará cuando haya de progresar. La
        mayoría de los maestros de espíritu obedecen a la inspiración del mo-
        mento, únicamente en el período ese del progreso o crecimiento, por-
       que observan hasta excesivamente esta norma que hemos señalado y
       no hacen ningún caso de tales favores extraordinarios.
          El tiempo de la divina inspiración es breve o largo, según lo sea la
       presencia de Dios en el corazón del extático: a unos les ocurre durante
       una hora, un día, una semana, un mes [29], un año, o una sola vez en
       toda la vida; hay también quienes jamás lo experimentan. La alteza del
       sujeto se denuncia por la brevedad de su inspiración y la exigua can-
       tidad de sus conocimientos divinos. El que no tiene inspiración, es tan
       sólo porque de ella se ve privado a causa del predominio que sobre él
       ejerce su propia bestialidad, pues la puerta del reino de los cielos y de
       las intuiciones místicas es imposible que se abra, mienfras en el cora-
       zón quede algún deseo concupiscente de ese mismo reino, y la puerta
       del conocimiento de Dios, es decir, de su contemplación, tampoco se
       abre, mientras en el corazón quede ni la más breve mirada para cosa
       alguna del mundo entero, visible e invisible.
          Cuando el hombre sigue todas estas prescripciones, es decir, cuan-
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