Page 466 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Diferencia entre devotos, "sujies" y  "malamies"  455
        que parece los realiza, sino que estimarían, en tal supuesto, todos los
        actos como nobles y buenos. Ahora bien, de la misma manera,  si  el
        alto rango espiritual que a los ojos de Dios ocupan los místicos de
        esta clase apareciese claro y manifiesto a las gentes, de seguro que
        los tomarían por dioses; pero como ellos lo oculltan a los ojos del vul-
        go tras el velo de una vida ordinaria y corriente, resulta de aquí que
        también se les hace objeto por las gentes de los reproches y vitupe-
        rios que habitualmente  el vulgo lanza contra quienes realizan actos
        que lo merecen. De modo que la misma alta dignidad espiritual, que
       los malamies poseen a los ojos de Dios, es la que determina el vitupe-
        rio de las gentes, cabalmente porque son ellos mismos quienes ocultan
        la excelsitud y realeza de su rango. Esta es la causa de que se les
       aplique este nombre en  el tecnicismo esotérico...  [47]. Ellos estiman
       que los santos amigos de Dios deben ocultar los carismas, así como
       los profetas deben, por el contrario, manifestar los milagros. Los pro-
       fetas, en efecto, a título de legisladores, tienen que poseer la autoridad
       indispensable para imponer a los hombres deberes, que afectan a sus
       personas, bienes y familias; es, por lo tanto, preciso que exista alguna
       prueba en cuya virtud puedan arrogarse para ello  la autoridad que
       es privativa del Señor y Dueño de toda riqueza, de toda vida, de toda
       familia, puesto que el profeta, aunque enviado de Dios, es un hombre,
       del mismo linaje de los hombres, y no se puede acceder a su preten-
       sión de enviado, que esencialmente no le compete, sin alguna prueba
       decisiva y concluyente. El santo, en cambio, no es legislador ni tiene
       que imponer su autoridad en el mundo, dictando normas de vida so-
       cial. ¿Para qué, pues, ha de ir publicando los carismas preternaturales
       que Dios le otorga, si tan sólo se los da para que le sirvan a él mismo
       de indicio o prueba de su íntima familiaridad con Dios y no para que
       las gentes la conozcan? Luego si los ostenta en público, será porque
       una insana imbecilidad, nacida de amor propio,  le domina. Más que
       carismas, pues, son para él ilusión y engaño espiritual.
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