Page 471 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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460         Parte III.— Textos: Fotuhat, 11, 430
        Y esto es así, porque el hombre no encuentra una reproducción exacta
        de toda su esencia, sino en el ser amado que posea su misma forma y
       en el cual aparezca una semejanza fiel de todos y cada uno de los ele-
       mentos constitutivos de su esencia, sin que elemento alguno quede de-
        fraudado; sólo así cabe que lo exterior del amante se enamore perdi-
        damente de lo exterior del amado, y el interior de aquél, del interior
        de éste. ¿No ves acaso cómo, en efecto [430], queda el hombre subyu-
        gado del todo por el amor, cuando este amor tiene por objeto a Dios
        (.que, como el hombre, posee esta doble cualidad de manifiesto y ocul-
        to), o a alguno de sus semejantes? Y, por el contrario, esto no ocu-
       rre, cuando ama a los otros seres del mundo, que no son de su especie;
        porque entonces, cuando ama a una forma cualquiera del mundo, en-
        cuentra en ésta tan sólo la semejanza de él en la parte o elemento de
       la cosa amada que le es análoga, pero quedan todos los demás ele-
       mentos de la esencia del amante sin correspondencia ni ocupación. En
       cambio, el engolfarse el hombre en el amor de Dios, débese a que el
       hombre ha sido hecho a su imagen (como consta por la tradición del
        Profeta), y, por tanto, la Majestad divina se adecúa a la esencia hu-
       mana y en ésta pueden manifestarse todos los nombres divinos. De
       este modo, si el hombre carece de alguno de los atributos del Amado,
       puede adquirirlo, engendrándolo de sí propio a impulsos del amor. He
       aquí por qué el amor absorbe al hombre por completo, cuando su obje-
       to es Dios, cuando Dios es su Amado, llegando este éxtasis amoroso a
       un grado de intensidad mayor aún que cuando el hombre ama a sus
       semejantes; porque, en efecto, cuando ama a sus semejantes, pierde de
       vista el exterior de la persona amada, siempre que se ausenta de ella;
       en cambio, cuando el Amado es Dios, continuamente está viéndolo, y
       esta continuidad de la presencia del Amado viene a ser como el alimen-
       to para el cuerpo, pues con ella aumenta y crece, y a medida que la vi-
       sión aumenta, crece el amor también. Y cabalmente por esto, si el de-
       seo se acalla con  el encuentro del Amado, también con este mismo
       encuentro se excita más y más. Esto es  lo que experimenta  el que
       está locamente enamorado, cuando se une con el objeto de su amor:
       no se sacia jamás de contemplarlo,  ni puede dominar la avidez con
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