Page 224 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  zado en la línea de las arañas; de tal manera que no me había
                  causado ninguna molestia. Recibí una carta de Arthur escrita el
                  domingo, y por el contenido de ella me parece que lo está sopor
                  tando muy bien. Quincey Morris está con él y eso le ayuda mu
                  cho, Pues él mismo es una burbujeante fuente de buen humor.
                  Quincey también me escribió una línea, y por él sé que Arthur
                  está recobrando algo de su antigua animación; por lo que res
                  pecta a ellos, pues, mi mente está tranquila. En cuanto a mí
                  mismo, me estaba acomodando en el trabajo con el entusiasmo
                  que solía tener por él, por lo que bien pude haber dicho que la
                  herida causada por la desaparición de la pobre Lucy había co
                  menzado a cicatrizar. Sin embargo, todo se ha vuelto a abrir
                  nuevamente; y cómo irá a terminar, es cosa que sólo Dios sabe.
                  Tengo la vaga impresión de que van Helsing también cree que
                  sabe algo, pero no deja entrever más que lo suficiente para es
                  timular la curiosidad. Ayer fue a Exéter, y se quedó allí por la
                  noche. Regresó hoy, y casi saltó a mi cuarto como a las cinco y
                  media poniendo en mis manos la Gaceta de Westminster de
                  anoche.

                         —¿Qué piensa usted de eso? —me preguntó, mientras
                  se retiraba y se cruzaba de brazos.
                         Miré el periódico, pues realmente no sabía qué me que
                  ría decir; pero él me lo quitó y señaló unos párrafos acerca de
                  algunos niños que habían sido atraídos con engaños en Hamps
                  tead. La noticia no me dio a entender mucho, hasta que llegué a
                  un pasaje donde describía pequeñas heridas de puntos en sus
                  gargantas. Una idea me pasó por la mente, y alcé la vista.
                         —¿Bien? —dijo él.

                         —Son como las de la pobre Lucy.
                         —¿Y qué saca en conclusión de ello?
                         —Simplemente que hay alguna causa común. Aquello
                  que la hirió a ella los ha herido a ellos.
                         No comprendí del todo su respuesta.

                         —Eso es verdad indirectamente, pero no directamente.
                         —¿Qué quiere decir con eso, profesor? —le pregunté
                  yo. Estaba un tanto inclinado a tomar en broma su seriedad,
                  pues, después de todo, cuatro días de descanso y libertad de la
                  ansiedad horripilante y agotadora, le ayudan a uno a recobrar el
                  buen ánimo. Pero cuando vi su cara, me ensombrecí. Nunca; ni



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