Page 225 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  siquiera en medio de nuestra desesperación por la pobre Lucy,
                  había puesto expresión tan seria.
                         —¿Cómo? —le dije yo—. No puedo aventurar opiniones.
                  No sé qué pensar, y no tengo ningún dato sobre el que fundar
                  una conjetura.
                         —¿Quiere usted decirme, amigo John, que usted no tie
                  ne ninguna sospecha del motivo por el cual murió la pobre Lucy;
                  no la tiene después de todas las pistas dadas, no sólo por los
                  hechos sino también por mí?
                         —De postración nerviosa, a consecuencia de una gran
                  pérdida o desgaste de sangre.
                         —¿Y cómo se perdió o gastó la sangre?
                         Yo moví la cabeza. El maestro se acercó a mí y se sentó
                  a mi lado.
                         —Usted es un hombre listo, amigo John; y tiene un in
                  genio agudo, pero tiene también demasiados prejuicios. No deja
                  usted que sus ojos vean y que sus oídos escuchen, y lo que está
                  más allá de su vida cotidiana no le interesa. ¿No piensa usted
                  que hay cosas que no puede comprender, y que sin embargo
                  existen? ¿Qué algunas personas pueden ver cosas y que otras
                  no pueden? Pero hay cosas antiguas y nuevas que no deben
                  contempladas por los ojos de los hombres, porque ellos creen o
                  piensan creer en cosas que otros hombres les han dicho. ¡Ah, es
                  error de nuestra ciencia querer explicarlo todo! Y si no puede
                  explicarlo, dice que no hay nada que explicar. Pero usted ve
                  alrededor de nosotros que cada día crecen nuevas creencias,
                  que se consideran a sí mismas nuevas, y que sin embargo son
                  las antiguas, que pretenden ser jóvenes como las finas damas
                  en la ópera. Yo supongo que usted no cree en la transferencia
                  corporal. ¿No? Ni en la materialización. ¿No? Ni en los cuerpos
                  astrales. ¿No? Ni en la lectura del pensamiento. ¿No? Ni en el
                  hipnotismo...

                         —Sí —dije yo—. Charcot ha probado esto último bastan
                  te bien.
                         Mi maestro sonrió, al tiempo que continuaba:
                         —Entonces usted está satisfecho en cuanto a eso. ¿Sí?
                  Y por supuesto, entonces usted entiende cómo actúa y puede
                  seguir la mente del gran Charcot. ¡Lástima que ya no viva! Esta
                  ba dentro del alma misma del paciente que él trataba. ¿No?




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