Page 231 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
y en cada callejuela del lugar hasta que el espanto de esta "da-
ma fanfarrona" apareció. Desde entonces se han divertido mu
cho. Hasta este pobre pequeñuelo, cuando despertó hoy, le
preguntó a una de las enfermeras si podía irse. Cuando ella le
preguntó por qué quería irse, él dijo que quería ir a jugar con la
"dama fanfarrona"
—Espero —dijo van Helsing— que cuando usted envíe a
este niño a casa tomará sus precauciones para que sus padres
mantengan una estricta vigilancia sobre él. Dar libre curso a
estas fantasías es lo más peligroso; y si el niño fuese a perma
necer otra noche afuera, probablemente sería fatal para él. Pero
en todo caso supongo que usted no lo dejará salir hasta dentro
de algunos días, ¿no es así?
—Seguramente que no; permanecerá aquí por lo menos
una semana; más tiempo si la herida todavía no le ha sanado.
Nuestra visita al hospital se prolongó más tiempo del que
habíamos previsto, y antes de que saliéramos el sol ya se había
ocultado. Cuando van Helsing vio que estaba oscuro, dijo:
—No hay prisa. Es más tarde de lo que yo creía. Venga;
busquemos algún lugar donde podamos comer, y luego conti
nuaremos nuestro camino.
Cenamos en el Castillo de Jack Straw, junto con un pe
queño grupo de ciclistas y otros que eran alegremente ruidosos.
Como a las diez de la noche, salimos de la posada.
Ya estaba entonces bien oscuro, y las lámparas desper
digadas hacían la oscuridad aún mayor una vez que uno salía de
su radio individual. El profesor había evidentemente estudiado el
camino que debíamos seguir, pues continuó con toda decisión;
en cambio, yo estaba bastante confundido en cuanto a la locali
dad. A medida que avanzamos fuimos encontrando menos gen
te, hasta que finalmente nos sorprendimos cuando encontramos
incluso a la patrulla de la policía montada haciendo su ronda
suburbana normal. Por último, llegamos a la pared del cemente
rio, la cual escalamos. Con alguna pero no mucha dificultad
(pues estaba oscuro, y todo el lugar nos parecía extraño) encon
tramos la cripta de los Westenra. El profesor sacó la llave, abrió
la rechinante puerta y apartándose cortésmente, pero sin darse
cuenta, me hizo una seña para que pasara adelante. Hubo una
deliciosa ironía en este ademán; en la amabilidad de ceder el
paso en una ocasión tan lúgubre. Mi compañero me siguió in
mediatamente y cerró la puerta con cuidado, después de ver que
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