Page 232 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  el candado estuviera abierto y no cerrado. En este último caso
                  hubiésemos estado en un buen lío. Luego, buscó a tientas en su
                  maletín, y sacando una caja de fósforos y un pedazo de vela,
                  procedió a hacer luz. La tumba, durante el día y cuando estaba
                  adornada con flores frescas, era ya suficientemente lúgubre;
                  pero ahora, algunos días después, cuando las flores colgaban
                  marchitas y muertas, con sus pétalos mustios y sus cálices y
                  tallos pardos; cuando la araña y el gusano habían reanudado su
                  acostumbrado trabajo; cuando la piedra descolorida por el tiem
                  po, el mortero cubierto de polvo, y el hierro mohoso y húmedo, y
                  los metales empañados, y las sucias filigranas de plata refleja
                  ban el débil destello de una vela, el efecto era más horripilante y
                  sórdido delo que puede ser imaginado.

                         Irresistiblemente pensé que la vida, la vida animal, no
                  era la única cosa que pasaba y desaparecía.
                         Van Helsing comenzó a trabajar sistemáticamente. Sos
                  teniendo su vela de manera que pudiera leer las inscripciones de
                  los féretros, y sosteniéndola de manera que el esperma de ba
                  llena caía en blancas gotas que se congelaban al tocar el metal,
                  buscó y encontró el sarcófago de Lucy. Otra búsqueda en su
                  maletín, y sacó un destornillador.
                         —¿Qué va a hacer? —le pregunté.
                         —Voy a abrir el féretro. Entonces estará usted convenci
                  do.
                         Sin perder tiempo comenzó a quitar los tornillos y final
                  mente levantó la tapa, dejando al descubierto la cubierta de plo
                  mo bajo ella. La vista de todo aquello casi fue demasiado para
                  mí. Me parecía que era tanto insulto para la muerta como si se le
                  hubiesen quitado sus vestidos mientras dormía estando viva; de
                  hecho le sujeté la mano y traté de detenerlo. Él sólo dijo: "Verá
                  usted", y buscando a tientas nuevamente en su maletín sacó
                  una pequeña sierra de calados. Atravesando un tornillo a través
                  del plomo mediante un corto golpe hacia abajo, cosa que me
                  estremeció, hizo un pequeño orificio que, sin embargo, era sufi
                  cientemente grande para admitir la entrada de la punta de la
                  sierra. Yo esperé una corriente de gas del cadáver de una se
                  mana. Los médicos, que tenemos que estudiar nuestros peli
                  gros, nos tenemos que acostumbrar a tales cosas, y yo retrocedí
                  hacia la puerta. Pero mi maestro no se detuvo ni un momento;
                  aserró unos sesenta centímetros a lo largo de uno de los costa
                  dos del féretro, y luego a través y luego por el otro lado hacia



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