Page 266 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
experiencias que hemos tenido, es también un hombre enérgico
y valiente. Su ida a la tumba por segunda vez era una obra
maestra de valor. Después de leer su informe, estaba preparado
a encontrarme con un buen espécimen de la raza humana, pero
no con el caballero tranquilo y serio que llegó aquí hoy.
Más tarde. Después del almuerzo, Harker y su esposa
regresaron a sus habitaciones, y al pasar hace un rato junto a su
puerta, oí el ruido que producía su máquina de escribir. Trabajan
mucho. La señora Harker me dijo que estaban poniendo en or
den cronológico todas las pruebas que poseían. Harker había
recibido las cartas entre la consigna de las cajas en Whitby y los
mozos de cuerda que se ocuparon de ellas en Londres. Ahora
esta leyendo la copia mecanografiada por su esposa de mi dia
rio. Me pregunto qué conclusiones sacarán. Aquí está...
¡Es extraño que no se me ocurriera pensar que la casa
vecina pudiera ser el escondrijo del conde! ¡Sin embargo, Dios
sabe que habíamos tenido suficientes indicios a causa del com
portamiento del pobre Renfield! El montón de cartas relativas a
la adquisición de la casa se encontraba con las copias mecano
grafiadas. ¡Si lo hubiéramos sabido antes, hubiéramos podido
salvarle la vida a la pobre Lucy! ¡Basta! ¡Esos pensamientos
conducen a la locura! Harker ha regresado a sus habitaciones y
está otra vez poniendo en orden el material que posee. Dice que
para la hora de la cena estarán en condiciones de presentar una
narración que tenga una relación absoluta entre todos los he
chos. Piensa que, mientras tanto, debo ir a ver a Renfield, pues
to que hasta estos momentos ha sido una especie de guía sobre
las entradas y salidas del conde. Me es difícil verlo todavía; pero,
cuando examine las fechas, supongo que veré claramente la
relación existente. ¡Qué bueno que la señora Harker mecanogra
fió el contenido de mis cilindros! Nunca hubiéramos podido en
contrar las fechas de otro modo...
Encontré a Renfield sentado plácidamente en su habita
ción y sonriendo como un bendito. En ese momento parecía tan
cuerdo como cualquier otra persona de las que conozco. Me
senté a su lado y hablé con él de infinidad de temas, que él
desarrolló de una manera absolutamente natural. Entonces, por
su propia voluntad, me habló de regresar a su casa, un tema que
nunca había tocado, que yo sepa, durante su estancia en el
asilo. En efecto, me habló confiado de que podría ser dado de
alta inmediatamente.
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