Page 287 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         De manera muy varonil, me han dicho que me acueste y
                  que duerma, como si una mujer pudiera dormir cuando las per
                  sonas a quienes ama se encuentran en peligro.
                         Tengo que acostarme y fingir que duermo, para que Jo
                  nathan no sienta más ansiedad por mí cuando regrese.
                                  Del diario del doctor Seward

                         1 de octubre, a las cuatro de la mañana. En el momento
                  en que nos disponíamos a salir de la casa, me llegó un mensaje
                  de Renfield, rogándome que fuera a verlo inmediatamente, debi
                  do a que tenía que comunicarme algo de la mayor importancia.
                  Le dije al mensajero que le comunicara que cumpliría sus de
                  seos por la mañana; que estaba ocupado en esos momentos. El
                  enfermero añadió:
                         —Parece muy intranquilo, señor. Nunca lo había visto
                  tan ansioso. Creo que si no va usted a verlo pronto, es posible
                  que tenga uno de sus ataques de violencia.
                         Sabía que el enfermero no me diría eso sin tener una
                  causa justificada para ello y, por consiguiente, le dije:

                         —Muy bien, iré a verlo ahora mismo.
                         Y les pedí a los otros que me esperaran unos minutos,
                  puesto que tenía que ir a visitar a mi "paciente".
                         —Lléveme con usted, amigo John —dijo el profesor —.
                  Su caso, que se encuentra en el diario de usted, me interesa
                  mucho y ha tenido relación también, de vez en cuando, con
                  nuestro caso. Me gustaría mucho verlo, sobre todo cuando su
                  mente se encuentra en mal estado.
                         —¿Puedo acompañarlos también? —preguntó lord Go
                  dalming.
                         —¿Yo también? —inquirió el señor Morris—. ¿Puedo
                  acompañarlos?
                         —¿Me dejan ir con ustedes? —quiso saber Harker.
                         Asentí, y avanzamos todos juntos por el pasillo.
                         Lo encontramos en un estado de excitación considera
                  ble, pero mucho más razonable en su modo de hablar y en sus
                  modales de lo que lo había visto nunca. Tenía una comprensión
                  inusitada de sí mismo, que iba más allá de todo lo que había




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