Page 291 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
do? Sería conveniente que nos ayudara, y si podemos hacerlo,
lo ayudaremos para que sus deseos sean satisfechos.
Renfield volvió a sacudir la cabeza, y dijo:
—Doctor van Helsing, nada tengo que decir. Su argu
mento es completo y si tuviera libertad para hablar, no dudaría ni
un solo momento en hacerlo, pero no soy yo quien tiene que
decidir en ese asunto. Lo único que puedo hacer es pedirles que
confíen en mí. Si me niegan esa confianza, la responsabilidad no
será mía.
Creí que era el momento de poner fin a aquella escena,
que se estaba tornando demasiado cómicamente grave. Por
consiguiente, me dirigí hacia la puerta, al tiempo que decía:
—Vámonos, amigos míos. Tenemos muchas cosas que
hacer. ¡Buenas noches!
Sin embargo, cuando me acerqué a la puerta, un nuevo
cambio se produjo en el paciente. Se dirigió hacia mí con tanta
rapidez que, por un momento, temí que se dispusiera a llevar a
cabo otro ataque homicida. Sin embargo, mis temores eran in
fundados, ya que extendió las dos manos, en actitud suplicante y
me hizo su petición en tono emocionado. Como vio que el mismo
exceso de su emoción operaba en contra suya, al hacernos vol
vera nuestras antiguas ideas, se hizo todavía más demostrativo.
Miré a van Helsing y vi mi convicción reflejada en sus
ojos; por consiguiente, me convencí todavía más de lo correcto
de mi actitud e hice un ademán que significaba claramente que
sus esfuerzos no servían para nada. Había visto antes en parte
la misma emoción que crecía constantemente, cuando me dirigía
alguna petición de lo que, en aquellos momentos, significaba
mucho para él, como, por ejemplo, cuando deseaba un gato; y
esperaba presenciar el colapso hacia la misma aquiescencia
hosca en esta ocasión. Lo que esperaba no se cumplió, puesto
que, cuando comprendió que su súplica no servía de nada, se
puso bastante frenético. Se dejó caer de rodillas y levantó las
manos juntas, permaneciendo en esa postura, en dolorosa súpli
ca, y repitió su ruego con insistencia, mientras las lágrimas res
balaban por sus mejillas, y tanto su rostro como su cuerpo ex
presaban una intensa emoción.
—Permítame suplicarle, doctor Seward; déjeme que le
implore que me deje salir de esta casa inmediatamente. Mán
deme como quiera y a donde quiera; envíe guardianes conmigo,
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