Page 297 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  llave correspondiente en el manojo y abrimos la puerta. Estába
                  mos preparados para algo desagradable, puesto que al estar
                  abriendo la puerta, un aire tenue y maloliente parecía brotar de
                  entre las rendijas, pero ninguno de nosotros esperaba encon
                  trarse con un olor como el que nos llegó. Ninguno de los otros
                  había encontrado al conde en sus cercanías, y cuando yo lo
                  había visto, estaba, o bien en su rápida existencia en las habita
                  ciones o, cuando estaba lleno de sangre fresca, en un edificio en
                  ruinas, a cielo abierto, donde penetraba el aire libre; pero, allí, el
                  lugar era reducido y cerrado, y el largo tiempo que había perma
                  necido sin ser hallado hacía que el aire estuviera estancado y
                  que oliera a podrido.
                         Había un olor a tierra, como el de algún miasma seco,
                  que sobresalía del aire viciado. Pero, en cuanto al olor mismo,
                  ¿cómo poder describirlo? No era sólo que se compusiera de
                  todos los males de la mortalidad y del olor acre y penetrante de
                  la sangre, sino que daba la impresión de que la corrupción mis
                  ma se había podrido. ¡Oh! Me pongo enfermo sólo al recordarlo.
                  Cada vez que aquel monstruo había respirado, su aliento pare
                  cía haber quedado estancado en aquel lugar, intensificando su
                  repugnancia.
                         Bajo circunstancias ordinarias, un olor semejante hubie
                  ra puesto punto final a nuestra empresa, pero aquel no era un
                  caso ordinario, y la tarea elevada y terrible en la que estábamos
                  empeñados nos dio fuerzas que se sobreponían a las considera
                  ciones físicas. Después del primer estremecimiento involuntario,
                  consecuencia directa de la primera ráfaga de aire nauseabundo,
                  nos pusimos todos a trabajar, como si aquel repugnante lugar
                  fuera un verdadero jardín de rosas.
                         Examinamos cuidadosamente el lugar, y el profesor dijo,
                  al comenzar:
                         —Ante todo, hay que ver cuántas cajas quedan todavía;
                  a continuación, deberemos examinar todos los rincones, aguje
                  ros y rendijas, para ver si podemos encontrar alguna indicación
                  respecto a qué ha sucedido con las otras.
                         Una mirada era suficiente para comprobar cuántas que
                  daban, ya que las grandes cajas de tierra eran muy voluminosas,
                  y no era posible equivocarse respecto a ellas.
                         ¡Solamente quedaban veintinueve, de las cincuenta! En
                  un momento dado me llevé un buen susto, ya que al ver a lord
                  Godalming que se volvía repentinamente y miraba por la puerta



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