Page 299 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
rápidamente, pero en el umbral de la puerta se detuvieron de
pronto y olfatearon; luego, simultáneamente, levantaron las ca
bezas y comenzaron a aullar de manera lúgubre en extremo. Las
ratas estaban multiplicándose por miles, y salimos de la habita
ción.
Lord Godalming levantó a uno de los perros y, llevándolo
al interior de la habitación, lo colocó suavemente en el suelo. En
el momento mismo en que sus patas tocaron el suelo pareció
recuperar su valor y se precipitó sobre sus enemigos naturales.
Las ratas huyeron ante él con tanta rapidez, que antes
de que hubiera acabado con un número considerable, los otros
perros, que habían sido transportados al centro de la habitación
del mismo modo, tenían pocas presas que hacer, puesto que
toda la masa de ratas se había desvanecido.
Con su desaparición, pareció que había dejado de estar
presente algo diabólico, puesto que los perros comenzaron a
juguetear y a ladrar alegremente, al tiempo que se precipitaban
sobre sus enemigos postrados, los zarandeaban y los enviaban
al aire en sacudidas feroces. Todos nosotros nos sentimos enva
lentonados. Ya fuera a causa de la purificación de la atmósfera
de muerte, debido a que habíamos abierto la puerta de la capilla,
o por el alivio que sentimos al encontrarnos ante la abertura, no
lo sé; pero el caso es que la sombra del miedo pareció abando
narnos, como si fuera un sudario, y la ocasión de nuestra ida a la
casa perdió parte de su tétrico significado, aunque no perdimos
en absoluto nuestra resolución. Cerramos la puerta exterior, la
atrancamos y corrimos los cerrojos; luego, llevando los perros
con nosotros, comenzamos a registrar la casa. No encontramos
otra cosa que polvo en grandes cantidades, y todo parecía no
haber sido tocado en absoluto, exceptuando el rastro de mis
pasos, que había quedado de mi primera visita. Los perros no
demostraron síntomas de intranquilidad en ningún momento, e
incluso cuando regresamos a la capilla, continuaron juguetean
do, como si estuvieran cazando conejos en el bosque, durante
una noche de verano.
El resplandor del amanecer estaba irrumpiendo por le
vante, cuando salimos por la puerta principal. El doctor van Hel
sing había tomado del manojo la llave de la puerta de entrada,
cerró ésta cuidadosamente, se metió la llave en el bolsillo y se
dirigió a nosotros.
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