Page 298 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  de entrada hacia el oscuro pasadizo que había más allá, yo tam
                  bién miré y, durante un instante, me pareció ver los rasgos más
                  notables del rostro maligno del conde, la nariz puntiaguda, los
                  ojos rojizos, los labios rojos y la terrible palidez. Eso ocurrió sólo
                  durante el espacio de un segundo, ya que, como resumió lord
                  Godalming:

                         —Creí haber visto un rostro, pero eran sólo las sombras.
                         Y volvió a dedicarse a su investigación. Volví mi lámpara
                  hacia esa dirección y me dirigí hacia el pasadizo. No había seña
                  les de la presencia de nadie, y como no había puertas, ni rinco
                  nes, ni aberturas de ninguna clase, sino sólo los sólidos muros
                  del pasadizo, no podía haber ningún escondrijo, ni siquiera para
                  él. Supuse que el miedo había ayudado a la imaginación, y no
                  dije nada.
                         Unos minutos más tarde vi que Morris retrocedía repen
                  tinamente del rincón que estaba examinando. Todos nosotros
                  seguimos con la mirada sus movimientos, debido a que, induda
                  blemente, cierto nerviosismo se estaba apoderando de nosotros,
                  y vimos una masa fosforescente que parpadeaba como las es
                  trellas. Instintivamente, todos retrocedimos. Todo el lugar estaba
                  poblándose de ratas.

                         Durante un momento permanecimos inmóviles, asom
                  brados, todos, excepto lord Godalming que, aparentemente,
                  estaba preparado para una contingencia similar.
                         Precipitándose hacia la pesada puerta de roble y bandas
                  de hierro, que el doctor Seward había descrito del exterior y que
                  yo mismo había visto, hizo girar la llave en la cerradura, retiró los
                  enormes pestillos y abrió de un golpe la puerta. Luego, sacando
                  del bolsillo su silbato de plata, hizo que sonara lenta y aguda
                  mente. De detrás de la casa del doctor Seward le respondieron
                  los ladridos de varios perros, y un minuto después, tres terriers
                  aparecieron, corriendo, por una de las esquinas de la casa. In
                  conscientemente, todos nos habíamos vuelto hacia la puerta y,
                  al hacerlo, vimos que el polvo se había levantado mucho; las
                  cajas que habían sido sacadas, lo habían sido por allá. Pero
                  incluso en un solo minuto que había pasado, el número de las
                  ratas había aumentado mucho. Parecían aparecer en la habita
                  ción todas a un tiempo, a tal punto que la luz de las lámparas,
                  que se reflejaba sobre sus cuerpos oscuros y en movimiento y
                  brillaba sobre sus malignos ojos, hacía que toda la habitación
                  pareciera estar llena de luciérnagas. Los perros aparecieron




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