Page 352 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —En cuanto a mí —dijo—, no tengo miedo. Las cosas
                  han sido ya tan sumamente malas que no pueden ser peores, y
                  cualquier cosa que suceda debe encerrar algún elemento de
                  esperanza o de consuelo. ¡Vete, esposo mío! Dios, si quiere
                  hacerlo, puede ayudarme y defenderme lo mismo si estoy sola
                  que si estoy acompañada por todos ustedes.
                         Por consiguiente, volví a comenzar a dar gritos:

                         —¡Entonces, en el nombre del cielo, vámonos inmedia
                  tamente! ¡Estamos perdiendo el tiempo! El conde puede llegara
                  Piccadilly antes de lo que pensamos.
                         —¡De ninguna manera! —dijo van Helsing, levantando
                  una mano.
                         —¿Por qué no? —inquirí.
                         —¿Olvida usted que anoche se dio un gran banquete y
                  que, por consiguiente, dormirá hasta una hora muy avanzada?
                  —dijo, con una sonrisa.
                         ¡No lo olvidé! ¿Lo olvidaré alguna vez..., podré llegar a
                  olvidarlo? ¿Podrá alguno de nosotros olvidar alguna vez esa
                  terrible escena? Mina hizo un poderoso esfuerzo para no perder
                  el control, pero el dolor la venció y se cubrió el rostro con ambas
                  manos, estremeciéndose y gimiendo. Van Helsing no había teni
                  do la intención de recordar esa terrible experiencia. Sencillamen
                  te, se había olvidado de ella y de la parte que había tenido, de
                  bido a su esfuerzo mental. Cuando comprendió lo que acababa
                  de decir, se horrorizó a causa de su falta de tacto y se esforzó
                  en consolar a mi esposa.
                         —¡Oh, señora Mina! —dijo—. ¡No sabe cómo siento que
                  yo, que la respeto tanto, haya podido decir algo tan desagrada
                  ble! Mis estúpidos y viejos labios y mi inútil cabeza no merecen
                  su perdón; pero lo olvidará, ¿verdad?
                         El profesor se inclinó profundamente junto a ella, al
                  tiempo que hablaba. Mina le tomó la mano y, mirándolo a través
                  de un velo de lágrimas, le dijo, con voz ronca:

                         —No, no debo olvidarlo, puesto que es justo que lo re
                  cuerde; además, en medio de todo ello hay muchas cosas de
                  usted que son muy dulces, debo recordarlo todo. Ahora, deben
                  irse pronto todos ustedes. El desayuno está preparado y debe
                  mos comer todos algo, para estar fuertes.





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