Page 353 - Drácula
P. 353
Drácula de Bram Stoker
El desayuno fue una comida extraña para todos noso
tros. Tratamos de mostrarnos alegres y de animarnos unos a
otros y Mina fue la más alegre y valerosa de todos. Cuando con
cluimos, van Helsing se puso en pie y dijo:
—Ahora, amigos míos, vamos a ponernos en marcha
para emprender nuestra terrible tarea. ¿Estamos armados todos,
como lo estábamos el día en que fuimos por primera vez a visitar
juntos el refugio de Carfax, armados tanto contra los ataques
espirituales como contra los físicos?
Todos asentimos.
—Muy bien. Ahora, señora Mina, está usted aquí com
pletamente a salvo hasta la puesta del sol y yo volveré antes de
esa hora..., sí... ¡Volveremos todos! Pero, antes de que nos va
yamos quiero que esté usted armada contra los ataques perso
nales. Yo mismo, mientras estaba usted fuera, he preparado su
habitación, colocando cosas que sabemos que le impiden al
monstruo la entrada. Ahora, déjeme protegerla a usted misma.
En su frente, le pongo este fragmento de la Sagrada Hostia, en
el nombre del Padre, y del Hijo, y del…
Se produjo un grito de terror que casi heló la sangre en
nuestras venas. Cuando el profesor colocó la Hostia sobre la
frente de Mina, la había traspasado..., había quemado la frente
de mi esposa, como si se tratara de un metal al rojo vivo. Mi
pobre Mina comprendió inmediatamente el significado de aquel
acto, al mismo tiempo que su sistema nervioso recibía el dolor
físico, y los dos sentimientos la abrumaron tanto que fueron ex
presados en aquel terrible grito. Pero las palabras que acompa
ñaban a su pensamiento llegaron rápidas. Todavía no había
cesado completamente el eco de su grito, cuando se produjo la
reacción, y se desplomó de rodillas al suelo, humillándose.
Se echó su hermoso cabello sobre el rostro, como para
cubrirse la herida, y exclamó:
—¡Sucia! ¡Sucia! ¡Incluso el Todopoderoso castiga mi
carne corrompida! ¡Tendré que llevar esa marca de vergüenza
en la frente hasta el Día del Juicio Final!
Todos guardaron silencio. Yo mismo me había arrojado
a su lado, en medio de una verdadera agonía, sintiéndome impo
tente, y, rodeándola con mis brazos, la mantuve fuertemente
abrazada a mí. Durante unos minutos, nuestros corazones an
gustiados batieron al unísono, mientras que los amigos que se
352