Page 357 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  minutos nos parecieron eternos, mientras esperábamos la llega
                  da de los demás.
                         Finalmente, vimos un coche de cuatro ruedas que se de
                  tenía cerca. De él se apearon tranquilamente lord Godalming y
                  Morris y del pescante descendió un hombre rechoncho vestido
                  con ropas de trabajo, que llevaba consigo una caja con las he
                  rramientas necesarias para su cometido. Morris le pagó al co
                  chero, que se tocó el borde de la gorra y se alejó. Ascendieron
                  juntos los escalones y lord Godalming le dijo al obrero qué era
                  exactamente lo que deseaba que hiciera. El trabajador se quitó
                  la chaqueta, la colocó tranquilamente sobre la barandilla del
                  porche y le dijo algo a un agente de policía que acertó a pasar
                  por allí en ese preciso momento. El policía asintió, y el hombre
                  se arrodilló, colocando la caja de herramientas a su lado. Des
                  pués de buscar entre sus útiles de trabajo, sacó varias herra
                  mientas que colocó en orden a su lado.
                         Luego, se puso en pie, miró por el ojo de la cerradura,
                  sopló y, volviéndose hacia nuestros amigos, les hizo algunas
                  observaciones. Lord Godalming sonrió y el hombre levantó un
                  manojo de llaves; escogió una de ellas, la metió en la cerradura
                  y comenzó a probarla, como si estuviera encontrando a ciegas el
                  camino. Después de cierto tiempo, probó una segunda y una
                  tercera llaves. De pronto, al empujar la puerta el empleado un
                  poco, tanto él como nuestros dos amigos entraron en el vestíbu
                  lo. Permanecimos inmóviles, mientras mi cigarro ardía furiosa
                  mente y el de van Helsing, al contrario, se apagaba. Esperamos
                  pacientemente hasta que vimos al cerrajero salir con su caja de
                  herramientas. Luego, mantuvo la puerta entreabierta, sujetándo
                  la con las rodillas, mientras adaptaba una llave a la cerradura.
                  Finalmente, le tendió la llave a lord Godalming, que sacó su
                  cartera y le entregó algo. El hombre se tocó el ala del sombrero,
                  recogió sus herramientas, se puso nuevamente la chaqueta y se
                  fue. Nadie observó el desarrollo de aquella maniobra.
                         Cuando el hombre se perdió completamente de vista,
                  nosotros tres cruzamos la calle y llamamos a la puerta. Esta fue
                  abierta inmediatamente por Quincey Morris, a cuyo lado se en
                  contraba lord Godalming, encendiendo un cigarro puro.
                         —Este lugar tiene un olor extremadamente desagrada
                  ble —comentó este último, cuando entramos.
                         En verdad, la atmósfera era muy desagradable y malo
                  liente, como la vieja capilla de Carfax y, con nuestra experiencia




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